miércoles, 21 de mayo de 2008

CUMBRES POR UN SUEÑO DE VERANO

Cumbres por un sueño de verano

El asado había estado bastante sabroso y generoso. Enrique, anfitrión esa vez, esmerándose como lo hacía habitualmente, nos había dejado satisfechos con su arte gastronómico. Por eso con Claudio, antes de los postres y degustando un buen vino tinto, surgió el siguiente diálogo:
- Me convenciste Chegu, si veo que llego en buenas condiciones físicas te acompaño a Vallecitos.
- Sabía que te prenderías. Vas a ver lo bonito que es el Cordón del Plata y lo singular de la ciudad de Mendoza.
- Quiero tantearme, porque si bien el Tres Picos es algo exigente, me gustaría probar mi rendimiento caminando un par de días para ver mi progreso.
- Ningún problema Claudio. Intentaremos 3 cumbres en 2 días pernoctando en una cuevita espectacular!
- ¿Cuánto me dijiste que era la altitud?
- Dicen los mendocinos que mide alrededor de los 4450msnm y lo vamos escalar al segundo día. Primero haremos La Cadenita.
Las cartas estaban echadas. Si todo anduviera bien con la puesta a punto, nos iríamos a Mendoza a intentar, junto a nuestros maduros sueños juveniles, algo más que una cumbre. El vínculo que habíamos logrado con Heber Orona, y a través de él con sus amigos montañistas, nos facilitaría sobremanera la posibilidad de éxito.
El deseo de “medirse” de Claudio no era descabellado. Caminar un par de días la montaña haciendo noche en ella sin la comodidad propia del hogar le vendría bien para probarse y ver su reacción ante las adversidades que pudieran surgir estando al aire libre.
El asado con amigos y el buen vino era cosa del pasado. Ahora estábamos en plena ejercitación en terreno serrano. El sol pegaba fuerte y nuestra transpiración, en contacto con la suave brisa, nos refrescaba y nos aliviaba, pero teníamos que conseguir agua para hidratarnos convenientemente. Subir la montaña no sólo era empeño y voluntad. Necesitábamos agua para mantener energía y en ese momento se nos estaba agotando. También iba a ser necesaria para consumir en la cueva durante la cena, el desayuno, e indispensable para la marcha del día siguiente.
Habíamos dejado atrás el Cordón de Vacas y nos encontrábamos en plena Pampa de los Guanacos vislumbrando la Naciente del San Diego, entonces hice un alto y le dije a Claudio:
- Bajaremos a las piletas a ver si tenemos la suerte de encontrar agüita fresca.
- ¿Te parece que habrá? Mirá que está todo seco-seco reseco, eh!
- Habitualmente se encuentra, pero no podremos saberlo hasta estar en el lugar.
A pesar de bajar lentamente por lo barrancoso del terreno, en pocos minutos estábamos en el piletón formado al pie de una pequeña garganta que contenía agua, escasa y estancada. Pero un chorrillo flaco y pobre que bajaba por los desniveles de la pared rocosa se delataba, y de su rítmico golpeteo florecían gotas como si fueran fuegos de artificio.
- Es lo que hay Claudio, pero es suficiente. Cuando el agua potable se hace imperiosamente necesaria para la supervivencia, así venga de una vertiente flaca y pobre como ésta, hallarla tiene mucho más valor que encontrar una mina de oro.
- Chegu... tardaremos un rato para llenar los recipientes pero creo que vale la pena.
- ¡Claro que sí, es agua buenísima! En su recorrido se va nutriendo de minerales aptos para el consumo humano. Atraviesa roquedales y pastizales hasta caer acá cargada de naturaleza pura. Yo, uno de los que siempre la ha bebido, jamás tuve problemas de salud a consecuencia de ello.
El lugar en el que nos encontrábamos era fresco porque el sol le pegaba solamente al amanecer. El hecho de permanecer allí nos daba, en cierta manera, un merecido recreo. Llenamos las cantimploras y el bidón de cinco litros que habíamos transportado vacío con ese fin. Luego bebimos hasta que se nos hinchó el estómago, tanto, que temíamos no poder subir.
- Chegu, ¿Y si no hubiéramos encontrado agua acá arriba que hacíamos?
- Cuando uno elige cierto lugar para pasar una o dos noches, máxime en verano cuando las lluvias escasean, debe saber donde encontrarla, caso contrario se debe traer la suficiente cantidad de antemano. Es importante que el agua nunca falte para evitar la deshidratación y el golpe de calor. En mi caso particular sé y conozco lugares en donde encontrarla. A veces está al alcance de la mano y otras no tanto. Pero es de suma importancia conocer el terreno. Estas montañas, que aparentemente están secas, lo están solamente en su superficie. Sin embargo, gracias al pastizal típico que las cubre, actúan como esponjas y absorben el agua de las lluvias que después van liberando a cuenta gotas. De ahí que en nuestros ríos y arroyos corre el agua constantemente a pesar de que a veces pasan meses sin llover.
- O sea que una norma de seguridad estricta que deberían adoptar los visitantes sería conocer el terreno por el que se va a transitar para saber si van a encontrar agua o no, o de lo contrario llevarla de antemano aunque el peso de la mochila les mortifique la espalda, detalle éste último que todos tratan de evitar, no?
- Sí Claudio, aunque así y todo nunca falta quien se lanza a la "aventura" y después es superado por los acontecimientos y las circunstancias y vive momentos muy desagradables –le dije tratando de ser lacónico.
Allí vinieron a mi mente algunos hechos lamentables que ocurrieron veranos pasados. Creí conveniente contárselos a Claudio:
- En una oportunidad yo había bajado del Tres Picos y me encontraba en La Glorieta tomando unos “mateargos” , entonces observé que un grupo de adultos, hombres y mujeres, se estaba alistando para subir a la Cueva de los Guanacos. Un detalle llamó mi atención: no llevaban suficiente cantidad de agua. Por razones humanitarias creí oportuno advertirle al líder que en los lugares habituales cercanos a la cueva de donde se extraía el agua estaban vacíos. Me miró como si él fuera Reinhold Messner y, “bardeándome”, me dijo que se las arreglarían, que él conocía la zona. Días después me enteré de que quién yo creí era un líder positivo, había hablado por telefonía celular pidiéndole a la encargada de turismo que le entregaran agua “a domicilio” en la cueva.
- ¿Y qué pasó?
- Amablemente se le contestó que había sido advertido de que arriba no encontrarían agua y que si realmente quería la entrega tendría que hacerse cargo del costo del caballo que cargaría el agua más el jinete.
- ¿Entonces…?
- Al no querer pagar no les quedó más remedio que bajar, no pudiendo lograr sus propósitos de estar en la cumbre del Tres Picos. Por supuesto lo hicieron en estado lamentable y al borde de la deshidratación.
- Pagaron caro el precio de la soberbia, Chegu.
- No sé si todos pensaban igual. Me gustaría saber que historia les vendió el “guía” al resto de los expedicionarios. A veces, a pesar de mi esfuerzo, no entiendo a la gente. Dos días en la montaña, salvo complicaciones meteorológicas inesperadas, tienen que ser para disfrutarlos al máximo y llevarse consigo uno de los recuerdos más placenteros. El entorno que regala el inmenso escenario serrano hace que los ojos no den a basto para retener miles de detalles, pero los que se graban son para recordarlos toda la vida.
Ahora estábamos con Claudio en otra estación estival. En ese momento faltaban pocos días para que terminara el verano, y ese 13 de marzo de 2004 se despedía con mucho calor y nuestros cuerpos lo notaban. Por eso mismo, antes de salir de la garganta, nos refrescamos con el agua contenida en la pileta.
Mientras Claudio se refrescaba me preguntó:
- ¿Y si no hubiésemos encontrado el chorrillo que hubiéramos hecho?
- Lo más recomendable es colectar agua de éste lugar y hervirla. Mientras se enfría se puede tomar alguna infusión caliente y nos vamos hidratando. Si no se ve muy contaminada por insectos o renacuajos muertos o algún otro tipo de basura se puede tomar agregándole unas gotitas de hipoclorito de sodio, popularmente conocida como lavandina o lejía. Una alternativa sería caminar hasta La Pipa, una profunda olla que generalmente tiene su capacidad cúbica con disponibilidad suficiente de agua y no está muy lejos. Otra alternativa es el agua de los arroyos que están más al llano, porque a mayor altitud menor posibilidad de encontrarla. Pero quien conoce las quebradas a fondo sabe que hay muchas fuentes de agüita salvadora. Eso sí, hay que saber caminarlas.
- ¡Imagino lo duro que debe ser, extenuante y fastidioso!, ¿no, Chegu? -dijo Claudio.
- ¡Sí señor!, estás perfectamente acertado en tu apreciación. Ninguna duda que es así. Pero a veces no queda más remedio que hacerlo. Lo lindo es que cuando estás en una expedición organizada no todos van por el agua, lo hace solamente un pequeño grupo, los más aptos y con mejores condiciones físicas. Al regreso, los que se quedaron hacen mil preguntas y los aguateros eventuales, sobre todo los novatos, se sienten bardos y cuentan las alternativas poéticamente, y de paso, cada uno agrega su propia fantasía.
Una vez repuestos y aliviados retomamos el sendero subiendo a paso lento. Miramos la Cueva de los Guanacos, “la casa grande”, y vimos que estaba deshabitaba. Giramos al sur enfilando hacia el Tres Picos y nos fuimos alejando de ella. Arribamos al Bote en menos de media hora y allí nos desviamos unos metros hacia el saliente para ir directo a Nido de Águilas.
Encontramos la cueva en perfecto orden y limpieza. Nos quitamos el peso de la espalda y sentimos que flotábamos al igual que las Águilas Moras en las corrientes térmicas.
Nos sacamos la ropa húmeda y el calzado que estábamos estrenando, ciertamente pesado, pero que queríamos ir "ablandando" para andar cómodos en Vallecitos. Otro alivio más.
Desde el jardín veíamos, al norte, la Cueva de los Guanacos y el Cerro Ventana con sus ocho picos bien demarcados. Más cerca de nosotros, el Cerro Napostá con su larga y no tan vertical arista sur estribando en los anfiteatros macizos de la Quebrada del San Diego. Después nuestro panorama se acotaba porque estábamos rodeados, casi abrazados, por vastas laderas que eran parte de la pirámide del Tres Picos. Estábamos alojados en las propias entrañas del techo de los bonaerenses y no podíamos percibir otra cosa más que calidez.
Un llantén se mostraba bien al borde de la terraza y unos metros más arriba una roca aplanada parecía querer venirse abajo. Era como que dudaba de caer o no. No temí por su postura pues la conocía desde hacía muchos años atrás y siempre había estado allí, bien firme.
Nos instalamos en la sala y acondicionamos el piso tendiendo los aislantes y las bolsas de dormir que quedaron en condiciones de ser ocupadas cuando nos cubriera la noche.
Pasamos otra vez al magnífico patio y allí colgamos la ropa mojada por la transpiración en las rocas que aun recibían los rayos del sol.
Cuando ya nuestros estómagos nos dieron la señal química del hambre improvisamos, como siempre se hace en la montaña, una mesa y nos dimos un banquete con salamines, queso, y otros comestibles que se vuelven más apetitosos y deseables cuando uno los come en la montaña. De intrusos teníamos a un par de chingolitos que, saltito va saltito viene, se iban comiendo las miguitas y restos de galletitas que caían al piso.
Cuando se apagó la luz solar encendimos el farolito y nos calzamos las linternas frontales para alumbrarnos cuando tuviéramos que "demarcar nuestros territorios" en los alrededores.
Las toallitas húmedas de bebé estaban en un punto de encuentro fácil para cuando las necesitáramos o decidiéramos darnos “un baño”. Hervimos agua y nos preparamos infusiones que tomamos pausadamente para una mejor hidratación.
La noche, típica de verano, nos agasajaba con un espectáculo digno de no perderse: arriba un cielo completamente estrellado que parecía reventar por lo cargado. Abajo, cientos de luciérnagas volaban con sus luces intermitentes que parecían bailar al compás del canto de los grillos y sapitos de las sierras, y el croar de infinidad de ranitas. Por fortuna, la carencia de mosquitos nos hizo disfrutar mucho más del espectáculo nocturno.
Nos acostamos con vista al cielo cuidando de no sacar las manos afuera del albergue para no golpear a las estrellas. Es que en esa noche oscura sobresalían de tal manera que parecían querer despegarse y venirse abajo. Las que vimos caer lo hicieron tan rápido que no nos dieron tiempo a pedir deseos, aunque alguna trampa hicimos. Las restantes quedaron colgadas de la Vía Láctea, al menos mientras las podíamos ver. En las noches en la montaña uno se despierta varias veces, y en mi caso en particular, una vez veía el cielo estrellado y otra vez nublado, y así sucesivamente.
La charla nocturna, retomando el viaje a Mendoza, renació así:
- Chegu, realmente me gustaría subir el San Bernardo, vos creés que lo lograremos? -dijo Claudio.
- Sí, seguramente. Si dependiera de nuestro esfuerzo te digo que sí. Si no pudiéramos será por una cuestión climática “desfavorable”
- A vos te parece?
- ¡Ni dudarlo!, con la cantidad de kilómetros que vos pedaleás por semana, con lo que venís caminando el Tres Picos y con lo que hicimos y haremos entre hoy y mañana, ninguna duda.
- Si vos ves que no estoy en forma lo dejamos para otro momento -insistió.
- Bueno, de última nos vamos a las bodegas y nos compramos todo el vino -le dije riéndome a carcajadas y agregué: tu estado físico es mejor que el mío.
- Chegu, lo de las bodegas igualmente lo podemos hacer -contestó con otra estridente carcajada.
El amanecer, soleado, nos mostraba un gran colchón de nubes por debajo del nivel de nuestra morada. Parecía hecho con capullos de algodón. Esa situación momentánea me invitaba a soñar despierto. Me tiré sobre la bolsa de dormir e inventé mi sueño: Yo permanecía acostado, cara al cielo, con mis manos entrelazadas colocadas debajo de mi nuca, y una pierna sobre la otra a lo largo del colchón. Los ojos bien abiertos y los oídos muy atentos para mirar y escuchar el recital celestial que estaba por brindar Elvis Presley a miles de Ángeles vestidos de blanco, que lo ovacionaban constantemente agitando miles de pañuelos blancos. Ellos saltaban enfervorizados haciendo ondular aun más el capullo blanco en el cual estábamos flotando y que me producía una sensación única e irrepetible. Entonces, de repente apareció Elvis vestido todo de negro y allí empezó la histeria colectiva. Los Ángeles se abrazaban entre si, lloraban y vitoreaban a la “Pelvis Presley” y yo no podía ser menos. Estremecido hasta los huesos me abrazaba con todos y cada uno. De repente, silencio total, increíble. Sonaron los instrumentos, los primeros acordes, y Elvis abrió el recital cantando “always on my mind”.
Sin darme cuenta empecé a cantar, susurrando apenas “maybe I did not love you…”,
cuando Claudio, que venía del patio cámara en mano, me dijo:
- ¡Chegu, este paisaje es para volverte loco… dan ganas de soñar despierto!
Dejé el sueño y volví a la realidad.
El Napostá, al lucir su cumbre por encima de las nubes, aparentaba tener más altitud que la real. Se magnificaba. Mientras encendía el calentador para prepararnos un desayuno caliente no podía dejar de mirar hacia los capullos de algodón.
Abrumados por el desarraigo que nos ocasionaba partir de nuestro terruño, dejamos la casa en orden y nos fuimos con equipo ultra liviano.
Al cabo de media hora de nuestra partida por la pared norte, estábamos besando la cumbre del Tres Picos pero sin detenernos seguimos hacia Cerro de la Carpa.
Bajamos por un laberinto rocoso que nos demandó más tiempo y seguimos por un callejón que desciende hacia el sur y nos aceleró el ritmo. De los 1243 metros del Tres Picos bajamos a los 866, punto más bajo antes de la cuesta, y después, una vez en la cumbre del Cerro de la Carpa, medimos 1072msnm.
No encontramos Apacheta, solamente un montículo de piedras muy grandes marcando el punto más alto del cerro.
De plato principal tuvimos un par de “milangas” y de postre barras de cereales. Mientras descansábamos nos hidratamos convenientemente. Una vez terminada la sesión de fotos testimoniales nos fuimos en busca del Refugio construido en el mismo cerro, a cien metros de la cumbre en dirección al este. El mismo refugio que yo tantas veces había visto claramente desde la cima del Tres Picos y que siempre llamaba poderosamente mi atención.
Allí lo teníamos, estaba al alcance de la mano, impecable. Y yo sabía quien era el responsable de que estuviera así. Esteban, “el ruso”, quien era un apasionado del Cerro de la Carpa y de la montaña toda. Él lo había reconstruido con esfuerzo y sacrificio después del destrozo y abandono que había sufrido. Él se había deslomado llevando desde el llano chapas, tirantes y todo lo necesario para dejarlo habitable. "¡Qué pinturita de Refugio se armó Esteban!" -me dije para mis adentros- “Loable acción y emprendimiento”
Estuvimos contemplando el patio, generoso y sin límites, y después de merodear un par de horas regresamos sobre nuestros pasos hasta llegar nuevamente al Tres Picos. Ésa vez habíamos logrado la cumbre por la pared sur, la que usualmente hacía “el ruso”.
En la cumbre descansamos y aprovechamos a ventilar nuestros cansados y "ardientes" pies. Las botas estaban siendo duras, pesadas y muy abrigadas para esa estación en montañas de esas altitudes.
Con los pies como empanadas regresamos al hogar, dulce hogar, y devoramos, cual hormigas, la provisión de boca que nos quedaba en depósito. No era para menos.
La modorra, originada por la ingesta rápida y voraz que habíamos tenido, hizo que nos tiráramos en el jardín, sobre el copioso pastizal serrano, cual leones después de un atracón. No llegué a dormirme pero estaba con la mirada perdida en el paisaje, escenario ancho y largo, profundo e increíblemente cautivante para mis ojos, cuando de repente Claudio me sobresaltó.
- ¡Chegu... estás requemado! -dijo como sorprendido.
Lo miré y no sabía si me estaba "cargando" por mi piel morena natural o me lo decía con sinceridad. Mientras preparaba mi respuesta le hice un estudio visual y comprobé que él también estaba muy quemado por el sol. De ahí surgió mi respuesta y pregunta a la vez.
- ¡Vos también!... ¿y, qué tal?, ¿qué te pareció la paliza bajo el sol?
- ¡Bárbaro! ¡Me siento perfectamente bien!
- Entonces emprendamos la retirada que ya es hora –le dije a la vez que me incorporaba lentamente tratando de no aplastar la Festuca Ventanicola que tenía al costado.
Armamos las mochilas, dejamos la “casa chica” sin contaminantes, e iniciamos la cuenta regresiva. Pasamos otra vez por el piletón a colectar agua y encontramos el chorrillo con el caudal un poco más flaco que el día anterior. Pero el preciado tesoro que traía era de un valor incalculable.
Antes de reanudar la marcha, mi compañero de escalada me dijo:
- Chegu, me voy asombrado y sorprendido de todo lo que he visto, las vivencias, que sé yo… lo que me hizo sentir la montaña no tiene precio.
- Por toda respuesta hice silencio y nos dimos un largo abrazo. Él sabía que yo, asiduo visitante de las sierras, pensaba y sentía lo mismo que él.
Mientras bajábamos, aquel 14 de Marzo de 2004, supe que Claudio había dado el paso más importante en relación al viaje a Vallecitos: había tomado la decisión de ir. El resto, es otra historia.

Agustín L. Moreno

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