La Cueva Sin Fin
El día había llegado. Me había estado moviendo instigado por la curiosidad propia de quien ha caminado la montaña llevando a cabo exploraciones para detectar algo que estaba arraigado en la creencia popular de las poblaciones serranas: La famosa, misteriosa y nunca encontrada Cueva Sin Fin.
Investigando tanto en el propio terreno como en las poblaciones puedo confesar, sin temor al ridículo, que no llegué a nada preciso y concreto en cuanto a la existencia física del tal cueva. En mi mente estaba latente el convencimiento de su existencia, por lo que anduve explorando las sierras y recabando datos de quien me los pudiera aportar. La intriga siempre me apasionó, así que investigué por todos los medios a mi alcance, contando siempre con el apoyo desinteresado de todas las estancias que circundan los cordones ventanienses.
Mientras tanto, para que mis colegas montañistas serranos puedan llevar a cabo sus propias exploraciones y sacar sus conclusiones, transcribiré los dichos de los referentes de las vecindades que han podido informarme algo al respecto.
Debo mencionar, es mi obligación, que he tomado con total profesionalidad los comentarios de todos ellos, y doy crédito de su seriedad y sinceridad.
De una charla con puesteros de una gran estancia que no nombraré pues me han pedido absoluta reserva, uno decía:
- ¿Así que usted anda caminando por las sierras buscando esa cueva? Pues tenga cuidado amigo... todos los que se han adentrado en ella no han regresado jamás!
Otro agregaba:
- Los Pampas la conocían muy bien y atraían al ejército hacia ella y una vez en el lugar por alguna razón desaparecía la tropa pero no los Pampas que por algún escondrijo seguramente se escabullían.
Uno de los más jóvenes también dijo lo suyo:
- ¡No se le ocurra llegar a esa cueva porque está embrujada. Se ha tragado a mucha gente. Es tan profunda que nadie regresa de ahí!
Aunque no todos los peones quisieron hablar, sospecho que muchos de ellos tenían sus cosas que decir pero me daba cuenta de que no se animaban siquiera a tocar el tema y dejaban que los más atrevidos se explayaran mientras ellos asentían con movimientos de cabeza.
- Los vecinos no quieren hablar -decían los responsables del Campamento Base- y agregaban: y lo más curioso es que se ha hablado tanto del tema que para nosotros, aunque nunca hemos tenido pruebas fehacientes de su existencia, sentimos que realmente existe.
Entonces ante mi gran concentración y atención a sus dichos, seguían hablando:
- Es un manto de misterio tal que el que más sabía, Don Amadeo, solamente hablaba del tema cuando se tomaba algunas copas de más. Vivía cerca del Almacén El Destacamento y allí se juntaban los parroquianos a charlar de sus dichas y desdichas. De esto hace ya tiempo y Don Amadeo se fue de este mundo hace unos años. Según cuentan sus hijos, que ahora viven en Mendoza, el viejo, cuando estaba chupado, les contaba hechos que conocía con lujos de detalles, pero los muchachos pensaban que deliraba por efectos del alcohol y no le daban mayor importancia.
Averiguando llegué a la casa de Sergio, residente en Tornquist, quien supuestamente sabía algo de la cueva.
- En realidad esa cueva existe y mi abuelo, que conoció a los últimos caciques Pampas, decía que era un punto de reunión en donde los capitanejos discernían acerca de la guerra con el soldado invasor y sus estrategias, e inclusive se llevaban a cabo pactos y alianzas entre tribus cercanas y lejanas. Por alguna causa o razón se fue difundiendo que era una cueva maldita y nadie se atrevió, de allí en más, a visitarla, ni siquiera acercarse a ella, tal es así que la mayoría de la gente no sabe donde está ubicada, y eso genera más misterio y temor.
- Vos sabés en qué lugar se encuentra? -pregunté entusiasmado.
- No exactamente. El abuelo comentaba que estaba en un lugar rodeada de cerros altos. De ahí que a la gente de la zona, por entonces, no le gustara internarse en la serranía. La gente de campo era muy temerosa y esa leyenda de la Cueva Sin Fin siempre estaba presente. Hoy la nueva generación está más comprometida con el paisaje serrano, y gracias a la seguridad que le proporcionan los guías con sus conocimientos se está animando, de a poco, a conocer los miles de recovecos y misterios que guarda la montaña.
Después de escucharlo atentamente le dije:
- Si llegaras a recordar algún nombre alusivo a la cueva no dejes de avisarme por favor.
En otro momento, hablando con el paisano Pancho, de Saavedra, me contaba lo siguiente:
- Todos los vecinos hablaban de una cueva extraña. Es más, algunos que iban por Villa Ventana y se internaban entre los cerros contaban que vieron entrar luces muy potentes por una ladera y salir por la opuesta en un mismo cerro. Quizás por alguna razón la entrada estaba estratégicamente apuntando hacia algún punto cardinal y era usada por ovnis. Luces que enceguecen aparecen en ciertas temporadas rondando las sierras y es común verlas desde los poblados.
- Y usted ha visto alguna vez esas luces? -pregunté esperando una respuesta afirmativa.
- Luces, lo que se dice luces he visto muchas, pero de tal potencia al punto de hacerme cerrar los ojos, nunca.
De otra amena conversación, esta vez con don Nicanor, habitante de Sierra de la Ventana, pude rescatar otros puntos de vista.
- Es una leyenda que se ha adentrado en la vecindad pero que no tiene asidero científico. Es sabido que en los últimos tiempos vienen montañistas de toda la provincia a visitar y explorar nuestras sierras, pero nunca nadie denunció haber descubierto la Cueva Sin Fin. Por alguna razón, muchos años atrás, se difundió el rumor y fue ganado crédito en la mentalidad de la gente. Personalmente creo que es una fantasía urdida por alguien y hoy llegó a ser tan popular como el mismo Cerro del Amor.
Después de las charlas con los vecinos me pregunté una y otra vez dónde estaría escondida la cueva sin fin, dando como un hecho su existencia, porque, aunque físicamente no ocupe lugar y sólo sea una fantasía, quedé más convencido que nunca de que existe, porque desde el mismo momento en que se instaló en la mentalidad de la gente del lugar, es una cueva que late y vive. Y honestamente confieso que no sé si tengo ganas de descubrirla, pues mucho me temo que, de hacerlo, se romperá el mito y ahí sí dejaría de existir.
Agustín L. Moreno
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