Cuando decidí recorrer las estaciones de este cerro me di cuenta de que habían pasado 10 meses desde mi última acción en el Macizo del Cerro Ventana. Foto 1 desde la Estación 1. Expedicionarios Juan Benassati y yo. Día 22 de Febrero de 2009
lunes, 23 de febrero de 2009
Estamos llegando a la Ventana, a la que le pegamos un rodeo. De ir hacia el norte, de repente empezamos a rodearla hacia el oeste y finalmente al sur. La vista es hacia el noroeste y en primer plano podemos apreciar, a la izquierda el Cerro de la Volanta, a la derecha el Cerro Destierro, y entre éstos dos, en el medio en segundo plano, el Cerro Destierro Primero.
Vamos dejando atrás la Estacion 5 y no podemos ignorar a las Cortaderas que están a la vera del sendero. Para quienes se informaron acerca del extravío de un adolescente que participaba de una expedición numerosa de una Iglesia de Bahía Blanca cerca de un mes atrás, aparentemente el chico de unos 14 años se desvió por la Quebrada que se observa al centro de la foto y superó el paredón tomando hacia la derecha y bajó hacia el valle, pudiendo ser hallado y rescatado por los Bomberos Voluntarios y Guarda Parques al día siguiente a las 02:30
Nos desviamos unos metros en la Estación 4 para mostrarles la Colonia de Llantenes, árbol endémico de Ventania que, según los Biólogos especializados, crece en tallo apenas 1mm al año. Suele verselo desde los 400 al más alto nível de las Sierras de Ventania, aunque según mi experiencia en el terreno se ven en mayor cantidad entre los 400 a los 600msnm.
viernes, 20 de febrero de 2009
CUENTO DE VENTANIA: CAÍDA AL VACÍO...
Cuento de Ventania:
Caída al vacío en la Quebrada del San Diego
Pedro acompañaba a su amigo Luis a las prácticas que éste último llevaba a cabo en las paredes de los cerros de Sierra de la Ventana. Sentía plena admiración por las escaladas que Luis lograba cada vez con mayor profesionalidad. Ahora habían decidido practicar en las paredes adyacentes a la Cueva de los Guanacos y con ese fin hicieron base en la misma cueva, en donde se encontraron con otros grupos de montañistas que ascenderían el Cerro Tres Picos.
Con el correr de los minutos de esa tarde y mate de por medio, las charlas entre los montañistas se hacía más amena. Pedro prestaba suma atención a las experiencias que contaban unos y otros, cuando de repente, y sin que éstos notaran sus movimientos, decidió salir de la cueva y recorrer los alrededores. Fue siguiendo un sendero que iba hacia el Cerro Napostá y bajó hacia la derecha entrando a una quebrada que, siguiendo hacia abajo y hacia el cauce del San Diego, lo llevó hasta una profunda pileta que lo dejó cautivado. Aprovechando la calidez del sol se quitó el calzado y mojó sus pies en las frías aguas de la pileta. Luego se estiró a lo largo sobre tremenda roca que bordeaba el piletón y se dispuso a descansar cara al cielo. Desde allí pudo observar una gran pared que, se dijo a si mismo, si pudiera subirla lo depositaría en cercanías de la cueva sin necesidad de dar todo el rodeo que había dado para llegar hasta la pileta. Sin pensarlo dos veces, y luego de un reparador descanso, se puso sus botas y empezó a trepar.
Se sentía orgulloso por estar desplazándose por una pared escabrosa y no veía la hora de poder contarselo a su amigo Luis. Sus 23 años y su estado físico le habían dado la confianza necesaria para encarar tal escalada, aunque a medida que subía y quedaba distante tanto del piso como del destino, le hubiese gustado estar acompañado por algún compañero que le diera cuerda.
Sus manos, firmes y seguras, se aferraban a las salientes rocosas con extremo cuidado y la punta y bordes de sus botas buscaban el resquicio para afirmarse.
La pared presentaba más dificultades de las que él había imaginado, lo que significaba que le demandaría más tiempo de lo calculado. Por un momento se sintió cansado y pensó que no podría llegar, pero tampoco podía volver sobre sus pasos. Sabía que si lo intentaba sería una caída segura y no podría contarlo.
El silencio era el compañero de sus miedos. Una caída allí sería un vuelo fatal.
Caída al vacío en la Quebrada del San Diego
Pedro acompañaba a su amigo Luis a las prácticas que éste último llevaba a cabo en las paredes de los cerros de Sierra de la Ventana. Sentía plena admiración por las escaladas que Luis lograba cada vez con mayor profesionalidad. Ahora habían decidido practicar en las paredes adyacentes a la Cueva de los Guanacos y con ese fin hicieron base en la misma cueva, en donde se encontraron con otros grupos de montañistas que ascenderían el Cerro Tres Picos.
Con el correr de los minutos de esa tarde y mate de por medio, las charlas entre los montañistas se hacía más amena. Pedro prestaba suma atención a las experiencias que contaban unos y otros, cuando de repente, y sin que éstos notaran sus movimientos, decidió salir de la cueva y recorrer los alrededores. Fue siguiendo un sendero que iba hacia el Cerro Napostá y bajó hacia la derecha entrando a una quebrada que, siguiendo hacia abajo y hacia el cauce del San Diego, lo llevó hasta una profunda pileta que lo dejó cautivado. Aprovechando la calidez del sol se quitó el calzado y mojó sus pies en las frías aguas de la pileta. Luego se estiró a lo largo sobre tremenda roca que bordeaba el piletón y se dispuso a descansar cara al cielo. Desde allí pudo observar una gran pared que, se dijo a si mismo, si pudiera subirla lo depositaría en cercanías de la cueva sin necesidad de dar todo el rodeo que había dado para llegar hasta la pileta. Sin pensarlo dos veces, y luego de un reparador descanso, se puso sus botas y empezó a trepar.
Se sentía orgulloso por estar desplazándose por una pared escabrosa y no veía la hora de poder contarselo a su amigo Luis. Sus 23 años y su estado físico le habían dado la confianza necesaria para encarar tal escalada, aunque a medida que subía y quedaba distante tanto del piso como del destino, le hubiese gustado estar acompañado por algún compañero que le diera cuerda.
Sus manos, firmes y seguras, se aferraban a las salientes rocosas con extremo cuidado y la punta y bordes de sus botas buscaban el resquicio para afirmarse.
La pared presentaba más dificultades de las que él había imaginado, lo que significaba que le demandaría más tiempo de lo calculado. Por un momento se sintió cansado y pensó que no podría llegar, pero tampoco podía volver sobre sus pasos. Sabía que si lo intentaba sería una caída segura y no podría contarlo.
El silencio era el compañero de sus miedos. Una caída allí sería un vuelo fatal.
CUENTO: PARTE II
Se tomó un respiro y miró hacia abajo. Una sensación rara se produjo en su estómago y un fuego ardiente visceral recaló en su cara. Cerró los ojos y respiró hondo. Una profusa transpiración mojó su cabeza, y las gotas que caían por su frente ardían en sus ojos. No intentó secarse. Tenía sus manos soldadas a la pared. Las miró y le pareció estar temblando. Rogó no perder fuerzas y se llamó a la calma. Inhaló profundamente y permaneció en silencio aguantando el aire en sus pulmones. Pudo oír, en ese instante, el ruido del agua corriendo por el Arroyo San Diego. Respiró hondo otra vez y miró hacia arriba. Se prometió a si mismo llegar. Tenía que superar ese trance. No tenía alternativa.
Siguió trepando cautelosamente y tratando de concentrarse en la acción pero no pudo. Un Águila Mora que jugaba en la térmica y se deslizaba a velocidad increíble en el azul del cielo llamó su atención. La observó un instante y creyó marearse, entonces se concentró otra vez en la trepada. Buscó con su vista el punto más cercano hacia arriba para lanzar sus dedos. Luego miró hacia abajo para ver en que saliente aseguraba sus pies. Todo lo hacía en forma lenta y precisa. Notó que sus brazos temblaban.
Lo que no sabía Pedro era que a pocos metros del final la roca estaba podrida y se podía romper en cualquier momento.
Miró otra vez hacia arriba y comprobó que la distancia que le faltaba para llegar era menor. Calculó unos cuatro metros y no parecían tan difíciles cómo el tramo anterior.
El Águila Mora seguía jugando en la térmica y volaba en círculos moviendo la cabeza para mirarlo a él. Tanto las alas desplegadas como el resto de su cuerpo permanecían rígidos para que el aire caliente la elevara tanto cómo ella quisiera.
Pedro sintió que el águila lo invitaba a volar. Entonces echó a volar junto al Águila Mora.
La música del arroyito lo volvió a la realidad. Sonrió, no muy convencido, y siguió trepando.
Miró y vió, al alcance de su mano, una saliente formada por bloques muy pequeños. Parecía firme.
Estiró su mano derecha, la de mayor fuerza, después la izquierda y al final afirmó la punta de los pies en los puntos de apoyo.
En ese justo momento se quebró la roca en donde tenía apoyados los pies. Sintió que sus brazos se estiraban como nunca lo habían hecho para sostener su peso y allí se dió cuenta de que no podría controlar la situación. Trató desesperadamente de encontrar un resquicio donde apoyar al menos una de sus piernas pero fue en vano. Sabía que caería. Estaba a punto de morir. "Dios mío, no me dejes morir!" -rogó y gritó lastimosamente mientras caía, inexorablemente, al vacío.
Los acampantes de Plaza San Diego, azorados por los gritos de Pedro, vieron correr desesperadamente a Luis, quien esquivando carpas logró encontrar a su compañero tirado sobre el blando pastizal, y que, zamarreándolo, le decía: "Tranquilo, creo que tuviste una pesadilla"
Fin
Siguió trepando cautelosamente y tratando de concentrarse en la acción pero no pudo. Un Águila Mora que jugaba en la térmica y se deslizaba a velocidad increíble en el azul del cielo llamó su atención. La observó un instante y creyó marearse, entonces se concentró otra vez en la trepada. Buscó con su vista el punto más cercano hacia arriba para lanzar sus dedos. Luego miró hacia abajo para ver en que saliente aseguraba sus pies. Todo lo hacía en forma lenta y precisa. Notó que sus brazos temblaban.
Lo que no sabía Pedro era que a pocos metros del final la roca estaba podrida y se podía romper en cualquier momento.
Miró otra vez hacia arriba y comprobó que la distancia que le faltaba para llegar era menor. Calculó unos cuatro metros y no parecían tan difíciles cómo el tramo anterior.
El Águila Mora seguía jugando en la térmica y volaba en círculos moviendo la cabeza para mirarlo a él. Tanto las alas desplegadas como el resto de su cuerpo permanecían rígidos para que el aire caliente la elevara tanto cómo ella quisiera.
Pedro sintió que el águila lo invitaba a volar. Entonces echó a volar junto al Águila Mora.
La música del arroyito lo volvió a la realidad. Sonrió, no muy convencido, y siguió trepando.
Miró y vió, al alcance de su mano, una saliente formada por bloques muy pequeños. Parecía firme.
Estiró su mano derecha, la de mayor fuerza, después la izquierda y al final afirmó la punta de los pies en los puntos de apoyo.
En ese justo momento se quebró la roca en donde tenía apoyados los pies. Sintió que sus brazos se estiraban como nunca lo habían hecho para sostener su peso y allí se dió cuenta de que no podría controlar la situación. Trató desesperadamente de encontrar un resquicio donde apoyar al menos una de sus piernas pero fue en vano. Sabía que caería. Estaba a punto de morir. "Dios mío, no me dejes morir!" -rogó y gritó lastimosamente mientras caía, inexorablemente, al vacío.
Los acampantes de Plaza San Diego, azorados por los gritos de Pedro, vieron correr desesperadamente a Luis, quien esquivando carpas logró encontrar a su compañero tirado sobre el blando pastizal, y que, zamarreándolo, le decía: "Tranquilo, creo que tuviste una pesadilla"
Fin
domingo, 8 de febrero de 2009
LAMENTABLE. EN Cº TRES PICOS MUERE HOMBRE
Triste jornada de montañismo
No recuerdo caídos en la Pirámide Somital. Si en los alrededores.
MUERE HOMBRE EN CERRO TRES PICOS DE SIERRA DE LA VENTANA
Sierra de la Ventana - Cerro Tres Picos - Muere expedicionario al caer desde una pared vertical de 10 mts.
Fue identificado como Cristian Castillo de 39 años, oriundo de la ciudad de La Plata. Ingresó solo y en la cumbre se habría encontrado con otros montañistas que bajaron un rato antes que él. En ese momento quedó solo y según quienes bajaban antes, lo vieron caer. Aparentemente quedó enriscado y al intentar retomar el sendero cayó pesadamente perdiendo la vida. Fue rescatado por los Bomberos Voluntarios de Tornquist.
Lamentablemente fui testigo de su rescate, ya sin éxito, al estar subiendo yo con un grupo de otros 9 montañistas. Todos sin excepción nos sentimos consternados y lamentamos profundamente la pérdida de esta persona en nuestro querido Cerro Tres Picos.
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