viernes, 20 de febrero de 2009

CUENTO DE VENTANIA: CAÍDA AL VACÍO...

Cuento de Ventania:
Caída al vacío en la Quebrada del San Diego

Pedro acompañaba a su amigo Luis a las prácticas que éste último llevaba a cabo en las paredes de los cerros de Sierra de la Ventana. Sentía plena admiración por las escaladas que Luis lograba cada vez con mayor profesionalidad. Ahora habían decidido practicar en las paredes adyacentes a la Cueva de los Guanacos y con ese fin hicieron base en la misma cueva, en donde se encontraron con otros grupos de montañistas que ascenderían el Cerro Tres Picos.
Con el correr de los minutos de esa tarde y mate de por medio, las charlas entre los montañistas se hacía más amena. Pedro prestaba suma atención a las experiencias que contaban unos y otros, cuando de repente, y sin que éstos notaran sus movimientos, decidió salir de la cueva y recorrer los alrededores. Fue siguiendo un sendero que iba hacia el Cerro Napostá y bajó hacia la derecha entrando a una quebrada que, siguiendo hacia abajo y hacia el cauce del San Diego, lo llevó hasta una profunda pileta que lo dejó cautivado. Aprovechando la calidez del sol se quitó el calzado y mojó sus pies en las frías aguas de la pileta. Luego se estiró a lo largo sobre tremenda roca que bordeaba el piletón y se dispuso a descansar cara al cielo. Desde allí pudo observar una gran pared que, se dijo a si mismo, si pudiera subirla lo depositaría en cercanías de la cueva sin necesidad de dar todo el rodeo que había dado para llegar hasta la pileta. Sin pensarlo dos veces, y luego de un reparador descanso, se puso sus botas y empezó a trepar.
Se sentía orgulloso por estar desplazándose por una pared escabrosa y no veía la hora de poder contarselo a su amigo Luis. Sus 23 años y su estado físico le habían dado la confianza necesaria para encarar tal escalada, aunque a medida que subía y quedaba distante tanto del piso como del destino, le hubiese gustado estar acompañado por algún compañero que le diera cuerda.
Sus manos, firmes y seguras, se aferraban a las salientes rocosas con extremo cuidado y la punta y bordes de sus botas buscaban el resquicio para afirmarse.
La pared presentaba más dificultades de las que él había imaginado, lo que significaba que le demandaría más tiempo de lo calculado. Por un momento se sintió cansado y pensó que no podría llegar, pero tampoco podía volver sobre sus pasos. Sabía que si lo intentaba sería una caída segura y no podría contarlo.
El silencio era el compañero de sus miedos. Una caída allí sería un vuelo fatal.

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