viernes, 20 de febrero de 2009

CUENTO: PARTE II

Se tomó un respiro y miró hacia abajo. Una sensación rara se produjo en su estómago y un fuego ardiente visceral recaló en su cara. Cerró los ojos y respiró hondo. Una profusa transpiración mojó su cabeza, y las gotas que caían por su frente ardían en sus ojos. No intentó secarse. Tenía sus manos soldadas a la pared. Las miró y le pareció estar temblando. Rogó no perder fuerzas y se llamó a la calma. Inhaló profundamente y permaneció en silencio aguantando el aire en sus pulmones. Pudo oír, en ese instante, el ruido del agua corriendo por el Arroyo San Diego. Respiró hondo otra vez y miró hacia arriba. Se prometió a si mismo llegar. Tenía que superar ese trance. No tenía alternativa.
Siguió trepando cautelosamente y tratando de concentrarse en la acción pero no pudo. Un Águila Mora que jugaba en la térmica y se deslizaba a velocidad increíble en el azul del cielo llamó su atención. La observó un instante y creyó marearse, entonces se concentró otra vez en la trepada. Buscó con su vista el punto más cercano hacia arriba para lanzar sus dedos. Luego miró hacia abajo para ver en que saliente aseguraba sus pies. Todo lo hacía en forma lenta y precisa. Notó que sus brazos temblaban.
Lo que no sabía Pedro era que a pocos metros del final la roca estaba podrida y se podía romper en cualquier momento.
Miró otra vez hacia arriba y comprobó que la distancia que le faltaba para llegar era menor. Calculó unos cuatro metros y no parecían tan difíciles cómo el tramo anterior.
El Águila Mora seguía jugando en la térmica y volaba en círculos moviendo la cabeza para mirarlo a él. Tanto las alas desplegadas como el resto de su cuerpo permanecían rígidos para que el aire caliente la elevara tanto cómo ella quisiera.
Pedro sintió que el águila lo invitaba a volar. Entonces echó a volar junto al Águila Mora.
La música del arroyito lo volvió a la realidad. Sonrió, no muy convencido, y siguió trepando.
Miró y vió, al alcance de su mano, una saliente formada por bloques muy pequeños. Parecía firme.
Estiró su mano derecha, la de mayor fuerza, después la izquierda y al final afirmó la punta de los pies en los puntos de apoyo.
En ese justo momento se quebró la roca en donde tenía apoyados los pies. Sintió que sus brazos se estiraban como nunca lo habían hecho para sostener su peso y allí se dió cuenta de que no podría controlar la situación. Trató desesperadamente de encontrar un resquicio donde apoyar al menos una de sus piernas pero fue en vano. Sabía que caería. Estaba a punto de morir. "Dios mío, no me dejes morir!" -rogó y gritó lastimosamente mientras caía, inexorablemente, al vacío.
Los acampantes de Plaza San Diego, azorados por los gritos de Pedro, vieron correr desesperadamente a Luis, quien esquivando carpas logró encontrar a su compañero tirado sobre el blando pastizal, y que, zamarreándolo, le decía: "Tranquilo, creo que tuviste una pesadilla"
Fin

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