Son las 20:25 del 22 de Enero de 2008. Estoy en la cumbre del Cerro Tres Picos observando desde el punto más alto de la provincia de Buenos Aires las últimas llamas y las últimas fumarolas prácticamente a la entrada de Villa Ventana. Veo parte de las huellas que dejó el incendio. Es el área más oscura detrás de la cortina de humo. Una suave y pertinaz llovizna me acompaña desde las 20:00 y ruego, más allá de mi potencial empapadura, que caigan 20, 30 o 50 mm en un rato. Se oyen los últimos rugidos del motor del avión hidrante que, según pude ver y oir, trabajó a destajo. Me quedo mirando al norte. Son las 21:40. Las llamas ya no se ven. Destacan las luces rojas intermitentes de los vehículos de los bomberos. Son las 22:16 y la luna llena no asoma. La nubosidad impide ver su nacimiento. La puesta de sol, apenas perceptible, no dejó grabado en mis retinas nada en particular. Nada de eso importa. Son las 02:00 del 23 de Enero de 2008. La llovizna cesa. La luna rompe cáscaras en lo alto. Ya es adulta. Son las 03:00 y voy camino a casa. A lo mejor, después de un descanso reparador, las noticias de la mañana sean alentadoras. Nada mejor que una buena noticia para que sea un gran día.
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