miércoles, 7 de octubre de 2009

La Aventura de Lucho y Moneda. Capítulo 4


La tranquera estaba tan abierta como lo estuvo durante todo el día.

- ¡La puta madre! ¡No puede ser!...la tranquera está abierta y la "renoleta" no está!, ¡que mierda pasó!, ¡esto no me gusta nada!!!

Mientras Moneda maldecía una y otra vez Lucho no decía nada. El silencio se había apoderado de él y no podía creer lo que estaba viviendo.

- Para colmo no hay señal. No puedo usar el celular Lucho, hasta ese problema tenemos. Voy a subirme al pilar de la tranquera a ver si estando un poco más alto la consigo.

Moneda colocó el aparato tan alto como pudo pero la señal no existía. Ya eran las diez y cuarto de la fría noche.

- Tengo una duda -dijo Moneda-, quizás no haya conocido la entrada desde el camino vecinal y está dando vueltas, vamos Lucho, caminemos un kilómetro más hacia la salida porque seguro tiene que estar por allá afuera.

No hubo respuesta alguna de Lucho pero lo acompaño.
Los trabajadores del silo y de la secadora pasaban y no entendían nada. La mayoría de ellos conocía a Moneda, pero como éste solamente los saludaba no le preguntaban nada. Después de otros veinte minutos de marcha llegaron a la salida y se toparon con el camino vecinal.
Saliendo de la estancia y doblando a la izquierda se toma hacia el Abra de los Vascos y se puede ir a Saldungaray, a Sierra de la Ventana, a Estomba, a Cabildo, a Bahía Blanca y a otros lugares más; doblando a la derecha se va a Tornquist, a la Ruta 33, a la Ruta 76, Abra de la Ventana y muchos otros lugares.

- Tengo que hacer una llamada Lucho, vení, haceme pié que me subo a éste pino.

- ¿Estás seguro Moneda?

- Sí Lucho, tengo que saber que pasó con Pechuga.

Al cabo de un rato de intentos y subiendo cada vez un poco más alto apareció la señal. Allí pudo comunicarse con su lugar de trabajo en el puerto de Ingeniero White.

- ¡Hola! ¿Flecos? Soy yo, Moneda, ¿Tenés idea que le pasó a Pechuga que no está acá?

- Sí Moneda, lo lamento, llamó hace media hora y dijo que había pinchado cubiertas y que estaba en una gomería en Saldungaray...

- ¿En dónde?

- En Saldungaray, que se la estaban emparchando y volvía para allá, él está seguro de que se pasó de largo porque me dijo que después de Tornquist eran unos veinte kilómetros y se dio cuenta de que se había ido al carajo, pero como pinchó siguió hasta las luces de un poblado y se encontró en Saldungaray. Llamalo que está con el celular.

- ¡Qué hijo de puta!, bueno, lo llamo, gracias Flecos.

- De nada, chau.

Sobre la marcha y tratando de hacerse firme en el rasposo pino, Moneda llamó a Pechuga.

- Hola ¿Pechuga?

- Sí Moneda, soy yo...

- ¿Todavía estás en la gomería? Recién hablé con Flecos y me contó todo...

- Sí, me pasé, pero me cambian la cubierta y voy a buscarte...estoy en Saldungaray.

- Bueno, te espero, pero ojo porque estoy justo en la entrada a Funke, en el camino vecinal... la entrada que está casi pegada a la escuelita, no te olvides de esa referencia.

- ¡No, no! quedate tranquilo, ya salgo, así que en media hora estoy por allá.

Moneda cortó la llamada, bajó del pino y le fue a comunicar la nueva buena a Lucho. Pero Lucho no estaba a la vista. Había desaparecido.
Cuando la situación te supera uno recurre a lo mejor que encuentra a su lado, eso fue lo que le pasó al amigo Lucho.

- Luchoooo!, ¿Dónde estás?

- ¡Acá!

- No te veo, dónde...

- ¡Acá!, en la alcantarilla.

Cuando Moneda se encontró con esa imagen no lo podía creer.
Lucho totalmente acurrucado en el zanjón de la alcantarilla que pasa por debajo de la entrada a la estancia.

- ¿Qué estás haciendo?

- Durmiendo... ya escuché tu conversación, así que dormiré acá, calentito hasta que llegue Pechuga.

Lucho estaba tirado sin otro abrigo que el calor de su propio cuerpo resguardado en el pastizal.

- Está bien, yo te llamo, dormí tranquilo.

A los cinco minutos y con el silencio agigantándose en la noche, retumbaban los ronquidos infernales de Lucho.
Moneda caminaba a lo largo de la calle para acá y para allá. De pronto, aparecen dos luces a lo lejos, venían desde la dirección correcta, del Abra de los Vascos. Hizo señales con su linterna, pero cuando se acortó la distancia notó que no era la pequeña camioneta que conducía Pechuga.

- Mis disculpas señores, estoy esperando a un amigo y creí que era él, buenas noches…

Así pasaron varias camionetas pero ninguna era Pechuga. Moneda había hecho un canal profundo en la calle con su continuo ir y venir. Lucho roncaba tremendamente.
A las once de la noche empezaron a salir algunos trabajadores de los silos de la estancia, quienes al ver a Moneda paraban y le preguntaban si necesitaba algo.
A todos les dijo lo mismo:

- Gracias, ya me vienen a buscar en un par de minutos, gracias, que sigas bien.

Cuando miró su reloj y vio la hora empezó a dudar de la llegada de Pechuga "¿Habrá pinchado otra vez?, ¿Se habrá perdido?...Algo le ha pasado, Pechuga no me puede dejar colgado así porque sí", -se decía a sí mismo.

Eran las once y media cuando, después de un largo rato sin ruidos de motores, se mostraron las luces de un vehículo que salía de la estancia. Esta vez Moneda estaba decidido: le pediría al que viniese en ese vehículo que lo llevara hasta Tornquist, no fuera cosa que, de pronto, no viniese ni Pechuga ni ningún otro.

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