miércoles, 7 de octubre de 2009

La Aventura de Lucho y Moneda. Capítulo 3

La marcha por el despeñadero se les hizo dificultosa por la gran cantidad de piedras sueltas que había, pero ya lo habían superado y estaban caminando a campo través, apenas a minutos de llegar a Glorieta. Moneda, quien era el que conocía el predio, miraba insistentemente hacia el lugar donde supuestamente debería estar esperando la "express" blanca.

- Estoy intentando ver la "renoleta" pero no la veo, debe haberla dejado detrás de la casona.

- ¿Dónde es, Moneda?

- Allá, donde está ese monte de álamos, pinos y nogales... estoy haciendo señales de luces con la linterna pero Pechuga no contesta, que raro...

Cuando llegaron a Glorieta y comprobaron que Pechuga no había llegado se quisieron morir.

- Moneda, estás seguro de que Pechuga sabía como llegar?

- ¡Sí Lucho!, vino un par de veces conmigo, además, estaba seguro y convencido, así que algo debe haberle pasado.

- ¿Qué hora es?

- Ocho y media... Ya sé que pudo haber pasado... seguro que cerraron la tranquera principal de la entrada y no se pudo mandar, debe estar esperando allá, vamos a tener que ir caminando, no nos queda otra Lucho.

- ¿Es mucho lo que tenemos que caminar?

- No me animo a decirlo... son seis kilómetros...

- ¿Cuántos? No!, no doy más...! ¡Tengo las patas como garrotes...! Decime que es un sueño!

- Yo también estoy hecho mierda Lucho, pero no nos podemos quedar acá, hagamos el esfuerzo, además, si nos quedamos quietos nos morimos de frío.

Y mientras le decía esto le tendió la mano para ayudarle a incorporarse.
Obligados por el frío de la noche iniciaron la marcha por el llano. El cielo se les mostraba más negro que nunca, por eso apelaron al uso de sus respectivas linternas.
El primer kilómetro lo caminaron en forma paralela a una plantación de castaños que se extiende de este a oeste.
Sobre la zona de silos, unos cinco kilómetros más hacia la entrada a la estancia se veía movimientos de luces de los vehículos que estaban trabajando. Cada par de faroles era una ilusión para los caminantes, pero tan pronto como aparecía la luz la ilusión desaparecía. Ningún vehículo avanzaba más allá de los silos.
El diálogo entre Lucho y Moneda se hallaba ausente, hasta que de pronto Lucho dice:

- Moneda, quiero descansar un poco...

- Bueno, pero salgamos del camino, busquemos al costado entre las pajas vizcacheras así no nos comemos todo el viento.

Moneda acomodó su mochila y se la colocó como almohada, Lucho lo imitó, entonces Moneda, mirando hacia lo profundo del cielo comentó:

- Espero que Pechuga haya salido y llegado de día, porque si le agarró la noche en el camino vecinal se le va a hacer duro llegar... hay que conocer mucho para no perderse, pero me quedo tranquilo por ese lado porque Pechuga dijo que saldría temprano.

- Deben haber cerrado la tranquera como vos dijiste Moneda, seguro que él está más preocupado que nosotros y esperándonos afuera.

- Sí, eso también me preocupa, porque a medida que pase el tiempo se sentirá peor, para colmo tengo las piernas recansadas, pareciera que camino en el aire... ¿Vos
cómo estás Lucho?

- Sin ganas de caminar... con frío... con hambre... pero me parece que si me dieran a elegir agarraría una cama... ¡estoy hecho mierda!

- Bueno, hagamos un último esfuerzo y tratemos de llegar hasta la tranquera...¿Vamos?

- Sí, si no queda otra, vamos.

Les costó mucho incorporarse. Notaban sus músculos cada vez más agarrotados y parecía que en cada movimiento se les desgarraría la carne. Calzaron sus mochilas y
siguieron avanzando hacia una luz roja alta proveniente de los silos. El camino, único y obligado, pasaba justo pegado al puesto, a la casa del carnicero de la estancia, quien, seguramente, ya estaría durmiendo tal la costumbre de la gente del lugar. Estaban a pocos metros del puesto cuando Moneda dijo:

- Seguí vos Lucho, yo enseguida te alcanzo.

El descanso en el pastizal -si bien fue abrigador- agregado al cese de actividad física momentánea, había enfríado un poco a Moneda y su vejiga se lo estaba haciendo notar.
No se sabe a ciencia cierta que es lo que quiso hacer Lucho, pero lo cierto es que justo unos metros antes de pasar por el puesto del carnicero se puso a silbar, allí,
raudamente salieron los perros y se le fueron encima, y Lucho no tuvo mejor idea que salir corriendo, por suerte hacia donde venía Moneda.

- Moneda me agarran!! -gritaba Lucho desesperado- hacé algo!

- ¡Bueno Mara! -gritó Moneda a la perra border colli que sobresalía por sus manchas claras, a la vez que emitía el característico silbido para intentar calmar a los canes, y agregó- soy yo Mara, vení!

Mara empezó a mover la cola y se calmó, y con ella el resto de la jauría. El carnicero había encendido las luces de la casa y a los gritos pelados preguntaba quien andaba.

- ¡Soy yo Carnaza!, Moneda, disculpe el barullo, venimos caminando de La Glorieta y mi amigo se adelantó y los perros que indudablemente no lo conocen se le fueron encima.

El carnicero al oír a Moneda se quedó tranquilo y continuó en lo suyo, entonces Lucho le dijo a Moneda:

- ¡Sos un hijo de puta! ¡Sabías que estaban los perros y no me dijiste nada!

- ¡Pará, calmate!, claro que sabía que estaban los perros, pero justo tuve que parar, que iba a imaginar que iban a reaccionar así... ¿te pasó algo?

- ¡Sí, claro!, me recagué todo boludo!, que querés que me pase... ¡casi me comen!

- Menos mal que te quedaba resto para correr -agregó Moneda- y se empezó a reir a carcajadas.

- ¡Sos un turro! -le dijo Lucho a la vez que también reía a carcajadas-, ¡ésto no me lo olvido más!

Y siguieron charlando animadamente hasta que de pronto Moneda le dijo:

- Bueno, ves que no todo es amargo, nos faltan sólo cien metros y estamos en la tranquera principal.

- ¡Menos mal! Ya no doy más...

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