miércoles, 18 de junio de 2008
EL HUECO DE LA PALOMA - SIERRA DE LA VENTANA - TORNQUIST - EN 28 FOTOS
Me despido con este panorama cercano al filo más alto del Cordón de Sierra de la Ventana en el Hueco de la Paloma. Reitero que las 28 fotos reflejan un somero muestrario de la majestuosidad del lugar. En próxima entrega trataré mostrarles las partes más altas y las cumbres de los cerros. Foto 28 y última de este informe.
" Cueva del Triángulo Dorado" a 700m de altitud y dimensiones muy grandes. No conveniente para acampar por tener piso irregular y rocoso. Al contrario de la mayoría de las cuevas de la quebrada, esta mira al oeste. Quizás, si mirás con atención, veas el perfil a la derecha con su ojo en claro sobre oscuro. Foto 25
martes, 17 de junio de 2008
Si agudizan la vista verán en el tope de la "Cueva de la Catedral" una pequeña Cruz. Esta cueva tiene vestigios de recibir a montañistas y su interior es amplio, cómodo y estanco. Las dimensiones, aproximadamente, son 12m de anchura, 6 de alto y 7 de profundidad. Cuenta con parque jardín y vista el este. Altitud 580m. Foto 12
Encontramos, con el compañero Oscar, la "Ventana Escondida". Otra ventana más en el amplio espectro serrano, aunque cabe aclarar que las dimensiones no son las del Hueco del Cerro Ventana. Esta tiene, a ojo de buen cubero, 2m de alto x 1m de ancho y 2 m de grosor, y se halla cercano los 600m de altitud. Foto 7
martes, 10 de junio de 2008
Ascensión al Anfiteatro del Cerro Fortín Chaco - Popularmente conocido como "La Vieja"
El 11 de Junio de 2006 con mi amigo León decidimos ir a tentar suerte a la Estancia Fortín Chaco, nada más y nada menos que el lugar en donde está localizado el Cerro Gran Chaco, apodado por los lugareños como "La Vieja", puesto que mirando desde cierta perspectiva hacia su cumbre, de este a oeste, se dibuja claramente la imagen de una vieja, aunque para mi se parece más a la cara de una bruja. Ese es mi punto de vista y no voy a contradecir la opinión popular, pero expreso mi sentir: una vieja puede mostrar una cara agradable irradiando dulzura, bondad y sabiduría. Y a la vez esa señora entrada en años puede llegar a cocinar como los dioses. Sigo insistiendo en que la imagen que nos muestra el cerro nada tiene que ver con la vieja bonachona que todos tenemos en el barrio. Sin embargo la bruja tiene, sin lugar a dudas, una cara perversa.
Dejando de lado estos puntos de vista que no tiene sentido discutir porque en nada arreglarán la economía que hoy nos toca sufrir, quiero destacar que es, lejos, una de las montañas más bonitas y llamativas de Ventania. Belleza que se puede apreciar desde los cerros vecinos, altos o bajos; desde el atractivo Valle Interserrano y desde casi todos los ángulos. Su pico, tan llamativo como singular, se muestra gallardo y puede ser visto desde puntos muy lejanos.
Llegamos a la estancia en un día soleado y no muy frío. Encontramos la tranquera cerrada con candado y nos miramos el uno al otro quizás imaginando como resolver el problema. En eso estábamos cuando oímos el motor de un vehículo y rápidamente una camioneta se acercó a nosotros.
Tan pronto como el conductor bajó del vehículo nos saludó efusivamente.
- ¡Buen día muchachos!, otra vez por acá? ya sé...vienen a escalar, no?
Indudablemente, y para nuestra suerte, el anfitrión nos había reconocido de una visita anterior y nos alegraba sobremanera poder tener un recibimiento como el que nos estaba prodigando.
- ¡Buen día señor!, -saludamos con suma cortesía-, ¡Sí!, veníamos a pedirle permiso para ver la posibilidad de subir La Vieja...
- ¡Ningún problema che!, pero cuando salgan les encargo me cierren la tranquera otra vez con candado porque yo tengo que salir y no sé si regresaré a tiempo antes de que ustedes se marchen.
- Muchas gracias Don...
- Bueno, entren la camioneta y hagan lo suyo.
- Gracias señor -reiteramos-, es usted muy amable.
Nos miramos con Leonardo contentos ante la fortuna que estábamos teniendo y golpeamos nuestras palmas en lo alto en señal de éxito. Es que si llegábamos unos minutos más tarde no lo hubiésemos encontrado.
Estacionamos el vehículo en lugar conveniente y empezamos la marcha. Fuimos caminando paralelamente a un monte de eucaliptos, cruzamos un arroyo, saltamos un alambrado, y nos internamos en lo que quedaba de un maizal hasta llegar al pié de monte por donde decidimos encarar el circo ésta vez.
Dejando de lado estos puntos de vista que no tiene sentido discutir porque en nada arreglarán la economía que hoy nos toca sufrir, quiero destacar que es, lejos, una de las montañas más bonitas y llamativas de Ventania. Belleza que se puede apreciar desde los cerros vecinos, altos o bajos; desde el atractivo Valle Interserrano y desde casi todos los ángulos. Su pico, tan llamativo como singular, se muestra gallardo y puede ser visto desde puntos muy lejanos.
Llegamos a la estancia en un día soleado y no muy frío. Encontramos la tranquera cerrada con candado y nos miramos el uno al otro quizás imaginando como resolver el problema. En eso estábamos cuando oímos el motor de un vehículo y rápidamente una camioneta se acercó a nosotros.
Tan pronto como el conductor bajó del vehículo nos saludó efusivamente.
- ¡Buen día muchachos!, otra vez por acá? ya sé...vienen a escalar, no?
Indudablemente, y para nuestra suerte, el anfitrión nos había reconocido de una visita anterior y nos alegraba sobremanera poder tener un recibimiento como el que nos estaba prodigando.
- ¡Buen día señor!, -saludamos con suma cortesía-, ¡Sí!, veníamos a pedirle permiso para ver la posibilidad de subir La Vieja...
- ¡Ningún problema che!, pero cuando salgan les encargo me cierren la tranquera otra vez con candado porque yo tengo que salir y no sé si regresaré a tiempo antes de que ustedes se marchen.
- Muchas gracias Don...
- Bueno, entren la camioneta y hagan lo suyo.
- Gracias señor -reiteramos-, es usted muy amable.
Nos miramos con Leonardo contentos ante la fortuna que estábamos teniendo y golpeamos nuestras palmas en lo alto en señal de éxito. Es que si llegábamos unos minutos más tarde no lo hubiésemos encontrado.
Estacionamos el vehículo en lugar conveniente y empezamos la marcha. Fuimos caminando paralelamente a un monte de eucaliptos, cruzamos un arroyo, saltamos un alambrado, y nos internamos en lo que quedaba de un maizal hasta llegar al pié de monte por donde decidimos encarar el circo ésta vez.
Nos gusta caminar rápido, pero era tal el paisaje que se nos iba presentando en cada movimiento que parábamos de tanto en tanto para captar las imágenes con nuestras cámaras.
A medida que avanzábamos íbamos eligiendo la ruta. Enfilamos hacia unas paredes muy abruptas y escarpadas en formación de penitentes que nos pareció serían emocionantes.
- Si me ve mi vieja subido a estas paredes se muere -dijo Leonardo.
- ¡Dale!, quedate ahí que te tomó unas fotos y después se las mostrás -contesté yo mientras disparaba una y otra vez mirando como él se mantenía en equilibrio.
- Chegu, ésta subida es terrible! -dijo Leonardo a la vez que se reía a carcajadas.
- Sí, más que terribles son dañinas! -le respondí. Y agregué-: mis gemelos están que arden!
A pesar de lo duro de la cuesta brava nos reíamos de alegría y felicidad por estar metidos en uno de los anfiteatros más bonitos del sistema de Ventania.
Por suerte para nuestras ejercitadas piernas, lo singular de las paredes del Cerro Chaco hacía que paráramos a cada momento para las tomas fotográficas y ahí aprovechábamos para darle un respiro a nuestras piernas y normalizábamos nuestro ritmo cardíaco. En realidad no podíamos dejar de perpetuar los paisajes que se nos iban presentando a medida que ganábamos altura.
Llegamos, tras ardua tarea, a la cima del Cerro Chaco, el primero en importancia mirando el anfiteatro de izquierda a derecha desde la estancia en la cual nos encontrábamos, y que muchos confunden con el Gran Chaco.
Nos sacamos fotos serias y locas. Armamos la Apacheta que estaba derrumbada, y antes de seguir por el filo medí con el GPS la altitud y marqué el punto.
La vista era panorámica. Al sudoeste, y siempre con su personal estilo a pesar de ser un cerro menor a los 800 metros, se mostraba solitario el Pan de Azúcar; al Norte, la continuación del cordón por el que andábamos transitando nosotros y que es parte del Cura Malal; al este el Cordón Bravard y su unión con el Cordón de la Ventana con todos los picos que sobresalen de su cadena montañosa. Los campos y los valles irradiaban sus colores naturales según el estado de laboreo de sus cuadros, prevaleciendo los verdes, amarillos, y los marrones de la tierra arada.
A medida que avanzábamos íbamos eligiendo la ruta. Enfilamos hacia unas paredes muy abruptas y escarpadas en formación de penitentes que nos pareció serían emocionantes.
- Si me ve mi vieja subido a estas paredes se muere -dijo Leonardo.
- ¡Dale!, quedate ahí que te tomó unas fotos y después se las mostrás -contesté yo mientras disparaba una y otra vez mirando como él se mantenía en equilibrio.
- Chegu, ésta subida es terrible! -dijo Leonardo a la vez que se reía a carcajadas.
- Sí, más que terribles son dañinas! -le respondí. Y agregué-: mis gemelos están que arden!
A pesar de lo duro de la cuesta brava nos reíamos de alegría y felicidad por estar metidos en uno de los anfiteatros más bonitos del sistema de Ventania.
Por suerte para nuestras ejercitadas piernas, lo singular de las paredes del Cerro Chaco hacía que paráramos a cada momento para las tomas fotográficas y ahí aprovechábamos para darle un respiro a nuestras piernas y normalizábamos nuestro ritmo cardíaco. En realidad no podíamos dejar de perpetuar los paisajes que se nos iban presentando a medida que ganábamos altura.
Llegamos, tras ardua tarea, a la cima del Cerro Chaco, el primero en importancia mirando el anfiteatro de izquierda a derecha desde la estancia en la cual nos encontrábamos, y que muchos confunden con el Gran Chaco.
Nos sacamos fotos serias y locas. Armamos la Apacheta que estaba derrumbada, y antes de seguir por el filo medí con el GPS la altitud y marqué el punto.
La vista era panorámica. Al sudoeste, y siempre con su personal estilo a pesar de ser un cerro menor a los 800 metros, se mostraba solitario el Pan de Azúcar; al Norte, la continuación del cordón por el que andábamos transitando nosotros y que es parte del Cura Malal; al este el Cordón Bravard y su unión con el Cordón de la Ventana con todos los picos que sobresalen de su cadena montañosa. Los campos y los valles irradiaban sus colores naturales según el estado de laboreo de sus cuadros, prevaleciendo los verdes, amarillos, y los marrones de la tierra arada.
A los tranquilizadores matices se les agregaba el brillo de los espejos de agua de los arroyitos serpenteados que se reflejaban según les pegase el sol; los ocres de los árboles de hojas caducas, y los verde oscuros de los árboles de hoja perenne. Esa gama de colores, agregados al silencio que encierran las sierras, nos brindaban un estado de paz y tranquilidad tal que nos hacía sentir que éramos dos personas privilegiadas disfrutando de un concierto donde la armonía y el ritmo conjugaban la melodía que nos llegaba a través de los oídos, la vista, y todos los sentidos y que, para nuestro deleite, nos hacían estremecer el alma y nos purificaba el corazón.
Estábamos en silencio absoluto, con los ojos perdidos en el paisaje, y la imaginación volando y escalando todos los cordones que se mostraban a nuestra vista.
Estábamos en silencio absoluto, con los ojos perdidos en el paisaje, y la imaginación volando y escalando todos los cordones que se mostraban a nuestra vista.
El paso raudo de un águila nos desconcentró y nos privó de seguir con nuestro vuelo justo cuando creíamos sentirnos en el paraíso. Entonces fue que se me ocurrió la siguiente pregunta:
- Leo... ¿vos creés que hay un paraíso?
- Me preguntás en serio?
En ese momento sentí vergüenza y me arrepentí de haberle preguntado, pero como soy de no retroceder así nomás seguí firme en mi cuestión y con total seriedad le dije:
- ¡Sí!, ¡por supuesto!, ¡en serio!...
- ¡Claro que creo Negro!, por ejemplo ahora, esto para mi es el paraíso. Yo no lo busco en otro lugar ni en otra dimensión. El paraíso lo vivo todos los días en mi vida, en mis momentos felices; cuando estoy rodeado de la gente que quiero; cuando gozo; cuando río; cuando veo crecer un árbol; mirando un lago o una montaña; cuando veo jugar a los niños y los observo felices. Cuando me dejo transportar por la música... con tantas cosas y tantos momentos lo vivo que podría hacer una lista interminable. Aunque también creo en el infierno, claro, pero trato de no creármelo, más allá de que a veces te lo quieren crear y ahí es cuando uno tiene que pilotearla muy bien para evitarlo.
Me quedé mirándolo en estricto silencio asintiendo con la cabeza hacia arriba y hacia abajo en suaves movimientos y no dije nada. Allí él, con una sonrisa amplia dibujada en su cara, volvió a la carga y señalando el paisaje dijo:
- ¡Qué belleza Chegu!
- ¡Que belleza Leo!
- Leo... ¿vos creés que hay un paraíso?
- Me preguntás en serio?
En ese momento sentí vergüenza y me arrepentí de haberle preguntado, pero como soy de no retroceder así nomás seguí firme en mi cuestión y con total seriedad le dije:
- ¡Sí!, ¡por supuesto!, ¡en serio!...
- ¡Claro que creo Negro!, por ejemplo ahora, esto para mi es el paraíso. Yo no lo busco en otro lugar ni en otra dimensión. El paraíso lo vivo todos los días en mi vida, en mis momentos felices; cuando estoy rodeado de la gente que quiero; cuando gozo; cuando río; cuando veo crecer un árbol; mirando un lago o una montaña; cuando veo jugar a los niños y los observo felices. Cuando me dejo transportar por la música... con tantas cosas y tantos momentos lo vivo que podría hacer una lista interminable. Aunque también creo en el infierno, claro, pero trato de no creármelo, más allá de que a veces te lo quieren crear y ahí es cuando uno tiene que pilotearla muy bien para evitarlo.
Me quedé mirándolo en estricto silencio asintiendo con la cabeza hacia arriba y hacia abajo en suaves movimientos y no dije nada. Allí él, con una sonrisa amplia dibujada en su cara, volvió a la carga y señalando el paisaje dijo:
- ¡Qué belleza Chegu!
- ¡Que belleza Leo!
Bajamos a una cresta, corta y fácil, y retomamos el filo en subida donde nos encontramos con escollos, salvables, pero que nos hacían perder valioso tiempo. Allí decidimos separarnos y buscar por los faldeos para llegar más rápido a nuestro próximo objetivo: el portezuelo que separaba el macizo en el que nos encontrábamos y la cumbre del Gran Chaco.
En nuestro avance, y para nuestra sorpresa, nos dimos cuenta que todavía restaba superar un pico superior a los mil metros sobre el nivel del mar. Después sí tendríamos todo allanado para intentar la gran cumbre. Miramos hacia atrás y descubrimos una terrible cabeza de tiburón figurada a granito y cuarcita, y que no era más que otro pico que habíamos dejado de lado al venir por el faldeo y en descenso hacia el portezuelo.
- ¡Nos perdimos esa cumbre Negro!
- Sí, por venir faldeando nos vinimos hacia el col y lo perdimos... ¿Lo dejamos para otra visita?
- Sí, porque ese es un mil también!
A pesar de haber dejado de lado un pico importante, cosa no habitual en nosotros, estábamos contentos porque el panorama que nos regalaba la montaña era único e irrepetible. Los paisajes de montaña tienen la particularidad de no reiterarse nunca, y lo sabíamos, y por ese motivo nada podía empañar nuestra alegría. Es más, nos reíamos de felicidad por encontrarnos allá arriba, máxime cuando un par de horas atrás no sabíamos si podríamos subir o no. Nos mirábamos y nos abrazábamos como dos principiantes que logran sus primeras cumbres.
En nuestro avance, y para nuestra sorpresa, nos dimos cuenta que todavía restaba superar un pico superior a los mil metros sobre el nivel del mar. Después sí tendríamos todo allanado para intentar la gran cumbre. Miramos hacia atrás y descubrimos una terrible cabeza de tiburón figurada a granito y cuarcita, y que no era más que otro pico que habíamos dejado de lado al venir por el faldeo y en descenso hacia el portezuelo.
- ¡Nos perdimos esa cumbre Negro!
- Sí, por venir faldeando nos vinimos hacia el col y lo perdimos... ¿Lo dejamos para otra visita?
- Sí, porque ese es un mil también!
A pesar de haber dejado de lado un pico importante, cosa no habitual en nosotros, estábamos contentos porque el panorama que nos regalaba la montaña era único e irrepetible. Los paisajes de montaña tienen la particularidad de no reiterarse nunca, y lo sabíamos, y por ese motivo nada podía empañar nuestra alegría. Es más, nos reíamos de felicidad por encontrarnos allá arriba, máxime cuando un par de horas atrás no sabíamos si podríamos subir o no. Nos mirábamos y nos abrazábamos como dos principiantes que logran sus primeras cumbres.
Marcábamos los puntos y altitudes de los picos, construíamos apachetas en donde no las había, y hacíamos sesiones de fotos testimoniales. Así seguimos por el cordón siempre virando a la derecha hasta que alcanzamos la cumbre más alta, la vieja del anfiteatro.
Recordé que el último tramo tenía su parte trabajosa y lo comprobé una vez más: llegar hasta veinte metros antes de la cima aunque abrupto y escabroso es placentero, pero los últimos metros son de roca redondeada y lisa, erosionada y sin arrugas y de difícil trepada. Aquellos que tienen brazos y piernas largas pueden alcanzar algunos puntos de agarre y se les facilita el asalto final . Para los adultos de piernas y brazos más cortos y niños en edad escolar hay disponible una soga que ayuda y hace que nadie se quede sin cumbre.
Recordé que el último tramo tenía su parte trabajosa y lo comprobé una vez más: llegar hasta veinte metros antes de la cima aunque abrupto y escabroso es placentero, pero los últimos metros son de roca redondeada y lisa, erosionada y sin arrugas y de difícil trepada. Aquellos que tienen brazos y piernas largas pueden alcanzar algunos puntos de agarre y se les facilita el asalto final . Para los adultos de piernas y brazos más cortos y niños en edad escolar hay disponible una soga que ayuda y hace que nadie se quede sin cumbre.
- ¡Estamos en la cumbre Chegu...!!! -gritó Leonardo.
- ¡Qué maestros...!!! -grité yo.
Después nos agarramos a la altura de los codos y girando de acá para allá ensayamos un baile insólito que seguramente nos produjo el bien de altura, porque el mal de altura a esa altitud no ataca. Al rato, subidos a unos pedestales hechos en roca pura por la naturaleza a un metro de desnivel de donde pisábamos la cima, saltábamos, pero intentando hacerlo hacia arriba, y caíamos gritando y riendo como chicos.
- ¡Qué maestros...!!! -grité yo.
Después nos agarramos a la altura de los codos y girando de acá para allá ensayamos un baile insólito que seguramente nos produjo el bien de altura, porque el mal de altura a esa altitud no ataca. Al rato, subidos a unos pedestales hechos en roca pura por la naturaleza a un metro de desnivel de donde pisábamos la cima, saltábamos, pero intentando hacerlo hacia arriba, y caíamos gritando y riendo como chicos.
Y luego de la loca tempestad la calma. Abrimos el cofre que contenía una compilación de cuadernos encarpetados unos a otros y escribimos nuestras vivencias. Las caras, mientras escribíamos nuestro testimonio, reflejaban sobriedad y adustez.
Comimos y bebimos y nos tomamos fotos testimoniales, a la vez que mirábamos hacia todos lados queriendo grabar en nuestras retinas los escenarios que se nos iban cambiando según la rotación de la tierra con el sol.
Comimos y bebimos y nos tomamos fotos testimoniales, a la vez que mirábamos hacia todos lados queriendo grabar en nuestras retinas los escenarios que se nos iban cambiando según la rotación de la tierra con el sol.
Acomodamos nuestras mochilas cuidando de no olvidarnos nada y empezamos el descenso por lo que sería la otra mitad del circo. A medida que superábamos escollos nos íbamos dando cuenta que la ruta elegida con el fin de marcar altitudes de los picos y marcación de puntos era abrupta, escarpada, barrancosa, y de hecho muy peligrosa, pero estábamos decididos y seguimos adelante sin desviarnos en ningún momento del filo.
- ¡Estuvo duro no? -preguntó Leo.
- Sí, durísimo Leonardo, pero nada distinto a nuestra rutina -le dije-, si al fin y al cabo la vida misma es un constante desafío donde uno tiene que apelar a la destreza, maestría, imaginación y coraje para no quedar relegado y sumido en un abismo.
- Cruel realidad.
Se hizo un largo y profundo silencio y seguimos con un descenso finito y trabajoso hasta llegar al llano inicial. Para entonces, el sol ya estaba jugado y la luna llena asomaba por sobre los cerros más bajos.
Agustín L. Moreno
- Sí, durísimo Leonardo, pero nada distinto a nuestra rutina -le dije-, si al fin y al cabo la vida misma es un constante desafío donde uno tiene que apelar a la destreza, maestría, imaginación y coraje para no quedar relegado y sumido en un abismo.
- Cruel realidad.
Se hizo un largo y profundo silencio y seguimos con un descenso finito y trabajoso hasta llegar al llano inicial. Para entonces, el sol ya estaba jugado y la luna llena asomaba por sobre los cerros más bajos.
Agustín L. Moreno
lunes, 9 de junio de 2008
MTB - Vuelta de Peralta - 32 km de Paz y Quietud en 10 fotografías
Con 32 cicloturistas (más 11 acompañantes) se largó la Vuelta de Peralta cerca de las 10:30 del domingo 8 de Junio. La incertidumbre de la falta de combustible y los pronósticos de lluvia para ese día jugaron en contra del ánimo de muchos potenciales ciclistas que optaron por no participar. Los audaces tuvieron éxito.
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