- ¡Estamos en la cumbre Chegu...!!! -gritó Leonardo.
- ¡Qué maestros...!!! -grité yo.
Después nos agarramos a la altura de los codos y girando de acá para allá ensayamos un baile insólito que seguramente nos produjo el bien de altura, porque el mal de altura a esa altitud no ataca. Al rato, subidos a unos pedestales hechos en roca pura por la naturaleza a un metro de desnivel de donde pisábamos la cima, saltábamos, pero intentando hacerlo hacia arriba, y caíamos gritando y riendo como chicos.
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