lunes, 22 de octubre de 2007

Cumbre tempestuosa - Parte 1 de 2



La luna, en su cuarto creciente avanzado, alumbraba nuestro camino y resaltaba los sombríos rincones de la montaña. Esa conjunción fenomenal ponía al descubierto un paisaje en blanco y negro que le daba más secretos a la noche que, vestida de gala, lucía sus relieves en claroscuros y magnificaba el espectro serrano dándole una mezcla de distinción y misterio. Tenía un toque de magia tan notable que, mientras la contemplábamos, nos dejaba sorprendidos y admirados.
Era la noche del viernes 21 de enero de 2005 y nos encontrábamos metidos en el corazón del Cordón de Sierra de la Ventana.
Recorríamos el sitio en el cual se encontraban, por un lado, las quebradas más extensas y profundas, y por el otro, el cerro más alto del Sistema de Ventania. El suspenso, superado solamente por Alfred Hitcoch en la ficción, se respiraba en el ambiente.
Después de un par de horas de caminata cuesta arriba, hicimos un alto pues la marcha se tornaba pesada por el calor. Habíamos iniciado la ascensión a las diez y media de la noche y el viento del noroeste, en esa noche de verano insoportable, nos aliviaba al contacto con la piel sudada. Vestíamos pantalón y remera livianos pero así y todo transpirábamos cada vez más. La humedad relativa ambiente era elevada y a consecuencia de ello nuestra ropa se pegaba al cuerpo.
El tema obligado del grupo era encontrar la mejor expresión idiomática para exaltar la belleza del paisaje que nos rodeaba por arriba y por los costados. Por un lado teníamos el cielo, muy oscuro, y por el otro el contraste de las estrellas que, al latir, se agrandaban o se achicaban.
A ese panorama le agregábamos el avance de la luna que trepaba sin ruido pero sin pausa.
El clima, hasta entonces, parecía ser favorable y beneficioso para nuestro emprendimiento.
Sin embargo, al detener la marcha y girar moviendo todo nuestro cuerpo como si fuera un compás, no sólo comprobamos que habíamos hecho un circulo, sino que, para nuestra sorpresa e inquietud, descubrimos relámpagos que en el horizonte alumbraban un frente de tormenta que avanzaba a paso redoblado como el enemigo tirano.
No tuve mejor idea que decirle al equipo que yo había mirado Internet y que los pronósticos no anunciaban lluvias en el área serrana. Que dado las observaciones del día y mi pensamiento positivo, estaba totalmente convencido de que esa noche no llovería.
A medida que transcurrían los minutos mi convencimiento se convertía en duda. Al final, Guillermo, uno de los integrantes del equipo dijo:
- Muchachos, no quiero ser pájaro de mal agüero pero yo consulté el Servicio Meteorológico Nacional y pronosticó desmejoramiento del tiempo, chaparrones aislados y tormenta eléctrica.
- No lo niego, pero generalmente me baso en los pronósticos de la mayoría –añadí.
Al no haber respuesta y confiado en mi pronóstico agregué:
- Además, hay viento, y mientras haya viento no lloverá, miren que noche diáfana!
Todos rieron por la terminología que usé pero no hubo comentario alguno.
Media hora después de la medianoche llegamos al nivel de altitud de la Cueva de los Guanacos desde donde se puede ver, claramente, las luces de las poblaciones de Sierra de la Ventana, Saldungaray, y Coronel Pringles. Las luminarias resaltaban mucho más porque la luna que nos venía alumbrando fue tapada por negros nubarrones que avanzaban con un fin incierto, pero que, ante el cariz que iba tomando la tormenta, ya nos percatábamos que tendría algún desencadenamiento natural.
De la claridad de una noche de luna pasamos a la oscuridad de una noche sin ella.
- Ya no nos vemos -dijo Miguel-. Hasta recién nos mirábamos y nos veíamos. ¡Cómo cambió!
- Sí, y miren cómo se nos viene encima la tormenta! -exclamó Pablo.
Guillermo sonreía al ser cómplice del pronóstico del SMN. Daniel y Zulema eran los más callados y silenciosos.
Hicimos un alto para comer algo frugal e hidratarnos convenientemente, allí, después de la austeridad gastronómica, les dije:
- Bueno muchachos, que tal si seguimos?
- Vamos -dijeron al unísono.
Exactamente a las dos de la mañana del sábado 22, a pesar de trepar los últimos metros en estricto silencio, despertamos al supuestamente dormido coloso bonaerense.
Con la alegría propia del momento pero con la euforia controlada nos dirigimos al refugio pircado de la cumbre, y nos mimetizamos en él creyendo que teníamos dominada la situación climática. ¡Qué lejos estaba nuestra creencia de la realidad!
- Es mi primera cumbre nocturna –dijo Miguel.
- Primera también –añadieron Guillermo, Daniel y Pablo.
Zulema saboreaba su segunda conquista en esa condición.
Aquellos que teníamos ropa mojada por la transpiración nos pusimos ropa seca y nos acomodamos en el circular asilo montañero.
El espectáculo que daban los relámpagos nos pareció sorprendente y en cierta manera maravilloso porque en un segundo nos iluminaba la cumbre y seguidamente lo hacía con la cresta del Cerro Ventana. Luego nos volvía a iluminar a nosotros y seguía por otra zona. Alcanzábamos a ver los campos que, alumbrados por los refucilos, mostraban sus pertenencias.
Al cabo de pocos minutos los relámpagos eran acompañados por estremecedores truenos y después fue una constante: luz y sonido. Faltaba la acción pero no tardaría mucho en llegar.
- Tranquilos -dije a mis compañeros-, mientras perdure el viento no lloverá. Comamos que nos vendrá bien.
- Yo traje una sidra -dijo Pablo-, vamos a brindar por la cumbre.
- Buena idea -agregó Daniel.
- ¡Genial! -añadimos todos.
- Hay que abrirla antes de que se caliente -dije yo.

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