La invitación de Fermín Liceaga y Eugenio Ducós para apreciar el Audiovisual las 7Cumbres de Heber Orona había sido recibida por mi con sumo beneplácito. Es así que Coronel Suárez me recibió aquella tarde de Junio de 2007 junto a otro gran entusiasta de la montaña: el amigo Juan Benassati, que al igual que yo era un vecino de la bahía. Mi alegría no podía ser mayor al reencontrarme con grandes amigos en la entrada del teatro. Allí estaban recibiendo a los espectadores Fermín y Eugenio, mientras que en el interior, atendiendo al periodismo, estaba Heber Orona. Al rato cayó Miguel "Lito" Sánchez con Martín "Fideo" Molina, también grandes escaladores mendocinos.
Una vez terminada la función a teatro lleno compartimos un sabroso asado en el quincho de Eugenio. Después nos fuimos a dormir temprano porque el programa para la mañana siguiente era escalar el Cerro Cura Malal Grande por la pared del frente.
Mientras desayunábamos llegó Eugenio con familiares y amigos de él a buscarnos.
Salimos rumbo al Cura Malal Grande con visibilidad casi cero por la densa niebla que disipó antes de llegar a la estancia. Se abrió el escenario y pudimos apreciar el cielo intensamente azul y todo el Cordón Cura Malal, imponente a un lado, y el Cordón Bravard, esplendoroso, al otro costado.
En la estancia nos esperaba Fermín quien estaba acompañado por otros montañeros. En otro lado, a unos doscientos metros junto a un corral, había otro grupo de personas que iría a caballo hasta cerca de los 850m.
Bajo la guía de Fermín encaramos por una de las tantas quebradas que nacen del cerro y sus estribaciones y donde se podía apreciar, desde el punto de partida, una alameda completamente sin hojas por efecto del otoño. Después de media hora de marcha estábamos atravesándola como si fuera un impenetrable, aunque a punto de llegar a ella Fermín nos mostró, entre la maraña de árboles, una gran cueva que, generosa en dimensiones y comodidad, nos alojó por escasos minutos. De allí pasamos por un piletón que alojaba el agua que escurría de las paredes verticales y que formaba una Garganta.
- Fermín, ¿cómo se llama éste lugar? -pregunté.
- Villé de Rodé, -me contestó con una sonrisa y agregó-: a éste lugar, el que tanto queremos mi familia y yo, lo caminábamos siempre desde muy pequeños, y mi abuela, para nosotros "Abuelita", lo subió hasta los 80 años con muchas ganas y alegría.
Mi respuesta fue una sonrisa de aprobación y admiración hacia su querida "abuelita"
Seguimos caminando y yo me preguntaba que lindo sería si toda la gente tuviera el mismo espíritu que su abuela. Muchas veces yo había invitado a jóvenes amigos a compartir un día de montaña y lo habían rehusado alegando estar cansados o manifestando que ese esfuerzo les haría doler las piernas.
Rápidamente mi mente volvió al lugar y quedé asombrado de las tantas maravillas que traza la naturaleza a través del tiempo. ¡Cuántas cosas se descubren andando!
Pero pronto mis reflexiones fueron censuradas porque alguno al pasar, en tono de broma, dijo: "Falta mucho para el asado?
Lo bueno que tenía aquella ascensión era la falta de senderos, así que lo seguíamos a Fermín por la ruta que él iba trazando.
Yo había subido en tres oportunidades el macizo de ese Cordón pero nunca por Villé de Rodé, ruta que nos depositaría en la encumbrada pared norte, mucho más abrupta y escarpada que las otras vías.
Llegamos a los 965msnm e hicimos un alto. Allí, Martín "Fideo" Molina, intentaría superar un extramuro mediante escalada técnica.
Mientras la mayoría de la gente descansaba y bebía para mantenerse hidratada, Fideo, con la ayuda de Heber preparaba cuerdas y resto de equipamiento para empezar el intento.
Al mirar hacia abajo pude apreciar que llegaban 9 jinetes y desmontaban justo en el lugar en que se hacía inasequible el paso de los equinos.
Tras varios intentos y cerca de una hora Martín pudo superar el escollo y todos aplaudimos su conquista. Quizás haya sido el primero en superarlo porque no había historia acerca de que otro escalador lo hubiera hecho antes.
Un grupo numeroso seguimos hacia la cumbre por la escarpada pared desviándonos al occidente esquivando el extramuro. Heber, Fideo y Fermín subieron por otra ruta hacia el oriente y llegaron un rato después que nosotros.
No había viento fuerte pero igual buscamos el lugar más conveniente para el esparcimiento merecido. Después se sirvió la mesa: emparedados, gaseosas, chocolates, barras de cereales, agua, manzanas y agua. Un poco de vino para festejar la cumbre y el hecho de estar almorzando en el punto más alto del Cordón Cura Malal con el Corral de Piedra debajo de nosotros regalándonos unos paisajes increíblemente bonitos y atractivos.
Un Águila Mora, que desplegaba su gran envergadura, nos sobrevoló a escasos diez o quince metros regalándonos, con su presencia, el postre más preciado.
El descenso se llevó a cabo cruzando el pequeño col donde nace la canaleta y fuimos en busca del Pico Los Mendocinos, de 1027msnm. De allí, prestando mucha atención donde poníamos el pie, bajamos por la abrupta Quebrada del León, cubierta de altos pastizales y ausencia total de senderos.
Cuando estábamos por terminar el descenso, Fermín le mostró a Fideo una pared espectacular para llevar a cabo escalada técnica. Allí nomás, Lito le pidió a Fideo que la escalara, pedido que no se hizo esperar.
Una vez logrado el objetivo los aplausos sonaron en la quebrada rompiendo la quietud y el silencio de la tarde.
Todavía nos aguardaba otra sorpresa.
Fermín encaró por un callejón ascendente y al cabo de unos minutos de marcha paró y nos dijo:
- Éstas son las Tablas de Moisés.
Dos tremendas lozas que se habían despegado de la pared quien sabe cuando yacían paradas y apoyadas sobre ésta formando las Tablas de Moisés. El nombre no les podía caber mejor.
Recorríamos el tramo final y veíamos, desde lejos, vehículos estacionados y alrededor de ellos personas que, indudablemente, nos estaban aguardando a pesar del frío que empezaba a sentirse. Yo observaba a cada momento como el sol pegaba en la cima del Cura Malal Grande y le daba un brillo particular, en claro contraste con los roquedales de la quebrada y el resto del macizo que era presa de las sombras.
En nuestro camino de regreso superamos arroyuelos plagados de vegetación entre la que se destacaban grandes colonias de helechos de color verde intenso.
¿Y cuál sería la mejor manera de festejar una escalada en la que todos regresaron felices e ilesos?
Estaba todo pensado y organizado por Eugenio y Fermín: Recepción en la Estancia La Gruta con agasajo gastronómico formidable que nos vino como anillo al dedo supervisado por la anfitriona Negrita Sbarbatti, dueña de casa.
La mesa fue compartida por todos los expedicionarios, amigos y familiares de Eugenio y Fermín, y entre quienes estaban los jinetes y sus esposas.
Una vez devorado las empanadas, cazuela de pollo y postres varios, nos disculpamos y nos fuimos porque nos aguardaba un largo trayecto.
Camino a casa escuchamos "Mundo Maravilloso" cantada por Louis Amstrong y me quedé pensando una tontería que les hago conocer pues se la comenté en el momento a Juan.
- Juan, estoy enteramente convencido de que los autores, al inspirarse, lo hacen desde la subjetividad que les nace de sus vivencias y experiencias previas en donde la estrella principal, de tamaño escenario, es el amor que les provoca el contacto con el medio ambiente y la naturaleza, y que ellos van descubriendo a medida que van haciendo camino.
Juan me miró y no dijo nada. Seguramente pensó que yo estaba completamente loco o delirando de felicidad.
Agustín L. Moreno
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