"Luna de Enero"
Llegué al refugio y me senté en el banco improvisado que alguien se había encargado de armar quitándole piedras al pircado.
Allí me cambié la remera, totalmente mojada por el sudor, por otra seca para evitar el enfriamiento.
La ascensión que había llevado a cabo al Cerro Tres Picos en aquel verano, pleno de calor, me había hecho transpirar mucho más de lo que era normal en mi.
Sintiéndome más cómodo y con la satisfacción de estar a mayor altitud que todos los habitantes de la provincia, miré hacia los alrededores, respiré hondo, y me dije a mi mismo: "este esfuerzo bien valió la pena"
Repasé los cristales de mis anteojos con el orillo de la remera pues no quería perderme detalles del paisaje y mucho menos de la puesta de sol que estaba a punto de concretarse. Faltaban apenas minutos para las ocho de la noche de aquel 25 de Enero de 2005 y me encontraba completamente solo, o al menos eso creía yo.
No pude resistir la tentación y me tiré, por unos minutos, a lo largo y a lo ancho del pedregoso y desparejo suelo de la cúspide mirando el cielo que aun se mantenía firme en su color azul profundo y ahí, en ese preciso momento me sentí salvajemente sensible. Sensación que venía descubriendo en cada una de mis ascensiones en solitario y que se acrecentaba al descubrirme solo en el punto más alto. Notaba, en el silencio sepulcral de la cima, que la mística me rodeaba y quitaba el peso de mi cuerpo y me hacía elevar y flotar por el aire.
Extraña mezcla de melancolía y añoranzas que me hacía sentir más vivo que nunca; aferrar a las vivencias y sentimientos más puros y nobles. Me sentía acariciado por Dios.
Me levanté para salir de mi letargo programado y enseguida se mostró el panorama con casi todos los cerros de Ventania al alcance de mis ojos. Ese paisaje me causaba una profunda satisfacción y fascinación.
"A quien no le gusta asombrarse ante tanta belleza" -me dije sueltamente.
Mientras observaba las cambiantes figuras en ese escenario, y como se iban imponiendo las sombras sobre los claros, se me ocurrió -como en otras ocasiones especiales lo hacía- preguntarme "Cuál sería la causa que me empujaba a escaparme a la montaña en solitario"
Repentinamente vino a mi mente la imagen de mi niñez, de los amigos de la infancia, de los juegos de equipo, y de las travesuras pergeñadas cuando me encontraba solo y que causaban molestias a la vecindad porque siempre actuaba maliciosamente. Sin embargo ahora, ya maduro, el hecho de encontrarme solo hacía que me sintiera más tranquilo y pacífico que otrora.
En ese momento estaba solo otra vez en la inmensidad de la montaña y con la noche al caer. El horizonte se veía cada vez más desdibujado y allí reaccioné dejando de lado mis pensamientos para prepararme a ver y testimoniar la puesta de sol y enseguida la salida de la luna.
Acomodé el trípode y esperé, con la cámara alistada, el momento preciso. Primero una cosa, luego la otra. Solamente tendría que apuntar al oeste y después al este.
Miré el paisaje y vi, con la última luz natural, toda la serranía por debajo de mis pies tiñéndose de dorado intenso a negro claro y transparente.
El descanso que estaba disfrutando al natural, había normalizado mi pulso y respiración, así que aproveché para beber considerable cantidad de jugo para hidratarme y comer, a la vez, una manzana verde del Valle de Río Negro. La fregué en mi remera multiuso, la distancié de mis ojos extendiendo el brazo, y al verla se me hizo agua la boca. Hinqué mis dientes en ella, cerré los ojos, y disfruté con el extraordinario sabor que se iba expandiendo por todo mi paladar. Sólo se oía el ruido de mis incisivos al hundirse en la manzana y los molares masticándola. Entonces apareció él.
Sí, él, alguien a quien yo nunca hubiese imaginado que pudiera acompañarme y me hiciera vivir lo que me pareció el sueño más fantástico que pudiera inventar.
Dejé de morder la manzana pues me dio toda la sensación de escuchar una voz a escasos centímetros de mí. Miré en derredor y nada, pero volví a escuchar la voz que, con total claridad me dijo lo siguiente:
- ¡Hola!... ¡Hola!... ¡Acá, entre las piedras!
Lo vi mirándome fijamente y no podía dar crédito a lo que me estaba sucediendo. Durante muchos años de expediciones y exploraciones a las sierras del sudoeste bonaerense pude conocer, contemplar y avistar especies varias de la flora y la fauna del lugar, y en cierta manera ello me daba patente para sentirme lo suficientemente seguro, o casi al menos, de que muy pocas cosas podrían llegar a sorprenderme en estos días, aunque el caso que me estaba afectando jamás lo podría haber imaginado.
Supuse que era un hechizo consumado a través de la manzana por alguna bruja malvada porque no estaba dispuesto a creer lo que mis ojos estaban viendo. "Estoy solo, estoy solo" me decía a mi mismo una y otra vez a la par que me abofeteaba la cara como en las historietas para comprobar que no estaba soñando. ¿Habría sido la calurosa tarde de verano en la montaña que me había afectado a través del golpe de calor? Pero no, estaba completamente convencido de que éramos el cerro, el cielo, yo, y todos los seres vivientes del ecosistema serrano pero que hasta donde yo sabía no hablaban... o sí?
Mis oídos ya se habían familiarizado con los cantos de las aves, grillos, vientos, ranitas y sapitos de la sierra; a los relinchos de los nobles guanacos; a los chillidos de las águilas moras; a la voz del silencio; a la música de los arroyos y chorrillos; a los gritos desaforados de los vendavales; a los cuchicheos de los duendes y al ruido del aleteo eléctrico de las golondrinas en plenas piruetas aéreas; a las voces de los montañistas y al ruido de las maquinarias que manejaban los abnegados hombres de campo allá abajo, en el llano, pero lo que yo estaba viendo y escuchando en ese momento superaba todas mis fantasías.
Cerré mis ojos una y otra vez y otras tantas los volví a abrir y allí estaba él... ¡Era un ratón!, ¡un ratoncito colorado colilargo y me estaba hablando!
Pensé que era conveniente no contestarle por la siguiente razón: Si le contesto -me dije-, estaré confirmando que estoy loco de remate y tendré que buscar ayuda sicológica.
Sumido en mis pensamientos escuchaba su voz.
- ¿Es qué no vas a hablar conmigo?
Lo observé y lo estudié como quien ve un bicho rarísimo. Miré hacia todos lados para cerciorarme de que no hubiese alguien manejándolo a control remoto y no fuera más que un ratón metálico. No vi persona alguna. Entonces sí, lo miré, y no del todo convencido le dije:
- ¡Hola!
No estaba seguro de estar viendo lo que veía, así que traté de usar palabras cortas para que, llegado el caso de que alguien estuviera gastándome una broma no se burlara tanto de mi actitud.
Entonces disparó:
- ¡Qué suerte que viniste!
Volví a mirar para todos lados y no vi indicios de persona alguna, entonces abiertamente me dispuse al diálogo.
- ¿Y se puede saber por qué es suerte?
- Todo tiene explicación -me dijo-. Vi que estabas comiendo una manzana y, como la manzana a mi me gusta, no pude aguantar estar escondido mirando cómo la comías vos solo.
- Está bien, está bien, pero vamos por parte. En mi capacidad de humano sé de la existencia tuya y de tus parientes, es más, he sufrido las consecuencias de ciertas actitudes de ustedes en muchas de las cuevas como por ejemplo la rotura de prendas térmicas; el robo de cigarrillos a mis amigos, y ni hablar de las galletitas que nos comieron...!
- Todo tiene una explicación -reiteró mientras apoyaba una mano en su cintura y la otra en lo alto de una roca.
- ¡Ah sí?... y cuál es la explicación?
- Vos, tus amigos, y toda la gente que viene nos deja al alcance de las manos todo lo que vos decís y mucho más. Vienen y tiran todo al suelo sin tener cuidado de donde lo dejan. No reparan en nosotros ni en ningún otro animalito. Actúan como si los únicos seres que existieran fueran los humanos. Los cigarrillos los robamos para sacarles el filtro y usarlos para construir nuestros nidos y velar para que nuestras crías no pasen frío. Ustedes los usan para enfermarse y para contaminarnos y hasta suelen provocar incendios. Ustedes no tendrían que fumar en estos lugares por el peligro que ello encierra. Las prendas sintéticas tienen el mismo fin, para nuestros nidos, y las galletitas las comemos porque nos gustan, pero no comemos carnes ni otras cosas que no sean naturales. Somos herbívoros. Nos alimentamos de raíces y algunas galletitas de vez en cuando y... me está dando hambre... ¿Me convidás un pedacito de tu manzana?
Lo miré y me convencí de que era real. Las cosas que me estaba diciendo eran ciertas. Y no me echó en cara, al menos por ahora, el hecho de que muchos humanos ocupan sus lugares de residencia y no se los dejan como los encontraron, sino muchas veces contaminado. Entonces le respondí:
- Sí, es verdad, pero nunca vi uno de ustedes acá arriba, en lo más alto... eso me llama la atención.
- Ya te dije que todo tiene explicación. Cuando yo nací, que dicho sea de paso lo hice en un nido calentito en la cueva que ustedes llaman Nido de Águilas, crecí con las caricias y el cuidado de mi mamá. Y como ustedes iban seguido me familiaricé con sus voces. Recuerdo que se contaban todas las experiencias que habían tenido en tal o cual cerro, laderas, quebradas, los comentarios acerca de lo bonito que era éste lugar; que la cima del cerro era acogedora; que el paisaje que se veía desde ese punto era espectacular, y lo maravilloso que era sentir sensaciones que sólo se sentían allí, entonces...
- ¿Entonces?
- Entonces yo tuve un sueño. Mi sueño era que cuando creciera mis padres me llevaran hasta la cima, pero...
Mientras me hablaba se iba acercando hacia mi. Allí pude apreciar el brillo de sus ojos negros que se iban iluminando por la emoción a medida que me contaba en relación a sus sueños. Entonces le dije:
- Es que llegar hasta acá arriba no es nada fácil... a propósito, cuál es tu nombre... cómo te llaman?
- No podrías entenderlo porque no tiene traducción y te causaría gracia oír mis chillidos... pero sé pronunciar tu nombre porque lo aprendí y lo recuerdo. Tu nombre es Chegu, no?
Me causó gracia realmente, no tanto la probable emisión de su chillido, sino el hecho de que se acordara de mi nombre y lo bien que lo pronunciaba. No me quedaban dudas. Mientras estuvo en su hogar nos había escuchado tanto a mi como a mis amigos.
Instintivamente yo miraba hacia todos lados. No quería ser sorprendido por algún otro montañista que apareciera de repente y me encontrara hablando y gesticulando solo. Mucho menos entendería cuando le contara que estaba hablando con un ratoncito. Imaginé la loca situación y reí.
Entonces seguí la charla:
- Sí, correcto -le dije-, tenés muy buena memoria. Aunque también me llaman por otros nombres o apodos, pero mi verdadero nombre es Agustín, y sabés qué? me gustaría llamarte a vos con un nombre que pueda pronunciarlo sin chillidos, que suene como estamos hablando ahora, quiero decir, en este lenguaje o vocabulario o no sé cómo llamarlo... me entendés?
- Sí claro que te entiendo, pero te sigo contando. Mis padres nunca llegaron más allá de la cueva que ustedes se empeñan en llamar Nido de Águilas cuando en realidad deberían llamarla "Cueva de los Ratoncitos", porque somos los que más la habitamos, pero ahora no viene al caso, y como mis padres no conocían el camino y el resto de la comunidad tampoco, no estaban en condiciones de tomar tamaña decisión por una cuestión de fuerza mayor: el riesgo de perder sus vidas y la mía propia ante el probable ataque de los yaras y las águilas.
A esa altura no sé si yo ya estaba realmente loco o embelesado por su charla porque era un placer escucharlo. Y siguió contando.
- Más allá de mi tristeza, acepté la decisión de mis padres y pares, pero a partir de ese momento me propuse, sin poner en riesgo la vida de ellos, llegar a la cima por mis propios medios.
- ¿Y cómo lo lograste?
- Con esfuerzo y dedicación. Cuando veía pasar un montañista hacia arriba lo observaba, estudiaba los senderos por donde iba y entonces, sin que se diera cuenta, lo seguía. Un metro, cinco, veinte, y así sucesivamente, hasta hoy...
- ¿Cómo hasta hoy?
- Sí, hasta hoy en que logré llegar. Así como me ves he venido por primera vez, o como dicen ustedes, hoy he logrado mi primera cumbre, y la conquisté siguiéndote a vos.
- O sea que si venía gente vos subías y si no venía gente vos no subías... es así?
- No, no. Yo aprendí el camino siguiéndolos a ustedes, pero todos los días repetía lo andado y regresaba a casa, y todo lo que había andado no llegaba más allá de la precumbre, y no me animaba a subir solo por temor a perderme. Y perderme de conocer, valga la redundancia, lo mejor según vos. Perderme de hacer realidad todas las fantasías que vos creaste en mi mente; la vista; los paisajes; las sensaciones que sentías cuando te encontrabas en la cumbre, esas que vos muy bien describías a tus amigos, sensaciones que me gustaría poder sentir y, como vos hacés con los tuyos, poder transmitírsela yo a mis amigos, a mis pares, y... tengo hambre, me vas a dar un cachito de esa manzana que tenés en la mano?
A esta altura se había sentado frente a mi en la misma posición en que se sientan los humanos. Es más, se había recostado contra una de las piedras que forman el refugio circular desde donde me hablaba con una fluidez que me dejaba absorto. ¡Era un ratoncito y estaba hablando mejor que yo!
Traté de calmar mi excitación tomando un poco más de jugo. El sol estaba preparando su lecho y la luna a punto de romper el cascarón, entonces, mirando al ratoncito le dije:
- Se me acaba de ocurrir algo, si no te disgusta te llamaré "Luna de Enero".
Al hacerme un guiño y mostrar el pulgar arriba con una manito en señal de aprobación, agregué:
- Entonces a partir de hoy para mi serás "Luna de Enero"
Corté un pedazo de la manzana y se lo alcancé. Lo tomó con sus dos manitos y se lo llevó a la boca para comerlo de a poco, suavemente.
Compartimos cerca de dos horas de animada plática hasta que llegó la hora en que consideré oportuno pegar la vuelta.
- Luna de Enero -le dije-, te felicito por "tu" cumbre. Quiero decirte que estoy muy orgulloso de vos y sé que llegarás todas las veces que te lo propongas.
No dijo nada y sólo atinó a darme un abrazo que conmovió mi alma.
Bajamos juntos hasta su cueva entre las sombras del macizo rocoso y la luz de la luna llena.
Seguí mi ruta, y sin darme cuenta murmuré: "Me gustaría verte otra vez... Luna de Enero"
Agustín L. Moreno
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