Cerro de los Vascos.
Aquel día de plena actividad laboral los teléfonos no paraban de sonar. Gracias a Dios teníamos trabajo debido al tráfico constante de buques que con sus cargas y el movimiento que ellos generaban le daban tranquilidad a la comunidad portuaria toda, sobre todo a los trabajadores eventuales.
En un momento de reflexión que tuve, y confieso que no son muchos, recordé una popular frase que dice que el trabajo es salud, yo a esa altura contaba con una de fierro y quizás estuviese necesitando contagiarme con algo de esparcimiento lejos de mi querido puerto.
Cuando sonó otra vez mi interno me percaté de que ese día no sería fácil de domesticar. Pero estaba equivocado.
- Es Juan -dijo uno de mis compañeros... te lo paso?
- Sí, gracias -le dije.
Antes de decirle hola respiré hondo y traté de relajarme un poco. Ese llamado me distraería un rato de mis actividades laborales. Si Juan llamaba era por algún proyecto sumamente interesante, así que pegué mi oreja al tubo y escuché con mucha atención queriendo sentir la música de la buena noticia lo antes posible.
- ¡Hola Juan! ¿Qué novedades tenés?
- ¡Chegu, conseguí permiso para ir al Cerro de los Vascos!
Las palabras de Juan fueron rápidamente procesadas por mi cerebro. La reacción química de éste hizo que mi boca se fuera estirando hacia los costados hasta que mi dentadura quedó toda al descubierto dibujándose en mi cara la sonrisa más amplia del día.
- ¡Grande Juan, te felicito por la gestión! -fue lo primero que se me ocurrió responder.
- No es para tanto, pero ahora tenemos que definir cuando vamos -dijo Juan algo ansioso.
- Creo que habíamos quedado en ir el 1º de Mayo. ¿Te acordás?
- Sí, yo no tengo problemas pero quería que me lo reconfirmaras así le aviso al "tano" porque a él le gustaría estar allá. Inclusive subiría con nosotros si el tiempo estuviera bueno.
- Ningún impedimento de mi parte, así que dale para adelante y arreglá para ese día. Mis piernas extrañan las cuestas, así que esa actividad en la montaña no les vendrá nada mal.
- Bueno, esta tarde pasaré por su casa y le confirmaré la fecha.
- Gracias Juan. Te mando un abrazo... ah!, avisale que llegaremos a la estancia alrededor de las 9 de la mañana.
- Le aviso. Otro abrazo para vos.
Abrí uno de los cajones de mi escritorio donde tenía a mano algunas cartas topográficas del IGM y también una Compilación Geológica de las Sierras Australes de la Provincia de Buenos Aires (1972) del Dr. Tomás Suero, y revisión y edición del Geólogo Javier Ulibarrena, carta que yo consideraba una reliquia. Posé mi vista en el ángulo inferior izquierdo en donde decía "Referencia". Miré entonces los pequeños rectángulos pintados de varios colores, y en uno de los cuatro verdes pintado con rayitas horizontales igual que el cerro decía: Formación Trocadero; Subgrupo Tornquist; Grupo Curamalal.
En la carta claramente se leía Cº de los Vascos 652 y su ubicación entre Abra de los Vascos y Abra La Calera.
Ese cerro era uno de los más australes de Ventania y con Juan, desde hacía mucho tiempo atrás, queríamos llegar a su cumbre, a la que no habíamos accedido antes debido a no tener el contacto correspondiente con los propietarios del campo circundante.
No era nuestro interés -en la medida de lo posible- llevarlo a cabo furtivamente. Esa práctica la habíamos llevado a cabo en pocas ocasiones y solamente cuando por alguna razón no se nos concedió el permiso correspondiente. Al respecto, es entendible la postura de los propietarios o encargados porque cuando no se nos permitió acceder lo hicieron alegando temor a los intrusos cazadores furtivos y agravado muchas veces por el desconocimiento hacia nuestras personas.
El Cerro de los Vascos, junto al Cerro de las Piedras, era prácticamente la culminación de la formación Trocadero. De allí en más, hacia el sudeste y cercanos al Dique Paso de las Piedras, denunciaban su presencia pequeños cerros con altitudes que oscilaban entre 295 a 250msnm y que más bien asemejaban a lomadas.
Deterioro por abandono.
Llegado el día enfilamos, pasando por el Parque de Mayo, hacia el histórico camino La Carrindanga. Ahí nomás, pasando el Barrio Mónaco di mis primeras demostraciones de destreza al volante. Habilidad adquirida justamente en ese camino a consecuencia de esquivar cientos de baches sin crearle peligro a los ciclistas ni molestar a los automóviles, aunque en más de una oportunidad pude ver como los conductores de éstos no respetaban a los ciclistas.
El martirio duró hasta la entrada al Cribabb. A partir de allí el andar fue mucho más suave debido a la calidad y buen estado del asfalto. Juan aprovechó la ocasión y cebó unos buenos mates que yo disfruté tomando sin temor a tragarme la bombilla. Cruzamos las vías del ferrocarril; pasamos el Cementerio Parque de Paz; seguimos la recta hasta Loma del Rodeo y doblamos a la derecha en subida. Pasamos a través de la Escuela Nº 51 Rafael Obligado y antes de llegar al Calabozo de Campaña nos tocó en suerte, otra vez, circular por el asfalto totalmente deteriorado. Pasamos Puente Canessa lentamente, saludamos al Arroyo Napostá Grande que bajaba con mucho caudal, y pusimos otra vez atención al camino para evitar caer en alguno de los profundos baches que estaban por doquier. Inmediatamente doblamos a la derecha en una curva que se elevaba en forma constante unos cientos de metros. Otra curva a la izquierda y otra a la derecha y otra vez a la izquierda a 90º. De allí, cantando bajito, directo al Establecimiento Monte Alegre con asfalto inexistente. A pesar de prestar suma atención al camino, no podía dejar de mirar a las banquinas para apreciar el andar de animalitos típicos del campo: liebres, perdices, mulitas, aves de todo tipo y color, y los infaltables caballos.
La vaca, curioso cuadrúpedo si es que lo hay, era una constante en el panorama.
Esquivando baches y superando lomadas nos íbamos acercando al Paraje San Carlos que mostraba, desde lejos, su gran monte de eucaliptos.
Nos preguntamos cuál sería el frondoso Gualeguay que Don José Luis Moriones mencionaba en su libro "Relatos de un Peón Rural", árbol que indicaba el lugar en que había estado emplazado el popular boliche La Carrindanga, lugar de encuentro, muchas veces obligado, de los vaqueros de aquellos tiempos.
- Chegu, ¿arreglaste la cita con Don Moriones? -preguntó Juan
- Sí, claro. Le dije que si hoy, después de nuestra actividad de montaña nos quedaba tiempo, iríamos a visitarlo. Que si hoy no íbamos, estaríamos en su Cabildo natal la semana que viene.
- Entonces si andamos bien de tiempo podemos pasar a verlo.
- Sí, más vale. Será un placer charlar con él.
Superamos el último tramo de asfalto sano, retomamos el deteriorado, y llegamos a San Carlos. Doblamos a la izquierda y enseguida a la derecha bordeando la estancia por el oeste. Ahora seguiríamos derecho hasta chocar con la bifurcación de la T.
Esa recta larga aparentaba estar en buenas condiciones, pero igualmente íbamos con mucha precaución debido a que observamos muchos pastizales supuestamente arrancados por las corrientes de agua y arrastrados y depositados en las banquinas. Seguramente había sido obra de las torrenciales lluvias de los últimos días. No fue en vano nuestro cuidado pues antes de llegar al Abra de los Vascos descubrimos tremendos pozos que, a ojo de buen cubero, medían metro de diámetro y metro de profundidad.
- ¡Es impresionante Chegu, el pozo me llega a la cintura! -dijo Juan-, quien estaba metido en uno de la decena de ellos mientras yo le sacaba fotos.
- Para colmo no podemos dejar señal alguna porque no hay nada que pueda llamar
a atención -acoté.
- No quiero imaginar el desastre que puede llegar a pasar si viene alguien de noche y no alcanza a verlos o a frenar -agregó Juan-, a la vez que subía a la camioneta y seguíamos nuestro camino.
- Juan, las fotos las pasaré por e-mail a los medios para que alerten a la población.
- Buena idea.
Aquel día de plena actividad laboral los teléfonos no paraban de sonar. Gracias a Dios teníamos trabajo debido al tráfico constante de buques que con sus cargas y el movimiento que ellos generaban le daban tranquilidad a la comunidad portuaria toda, sobre todo a los trabajadores eventuales.
En un momento de reflexión que tuve, y confieso que no son muchos, recordé una popular frase que dice que el trabajo es salud, yo a esa altura contaba con una de fierro y quizás estuviese necesitando contagiarme con algo de esparcimiento lejos de mi querido puerto.
Cuando sonó otra vez mi interno me percaté de que ese día no sería fácil de domesticar. Pero estaba equivocado.
- Es Juan -dijo uno de mis compañeros... te lo paso?
- Sí, gracias -le dije.
Antes de decirle hola respiré hondo y traté de relajarme un poco. Ese llamado me distraería un rato de mis actividades laborales. Si Juan llamaba era por algún proyecto sumamente interesante, así que pegué mi oreja al tubo y escuché con mucha atención queriendo sentir la música de la buena noticia lo antes posible.
- ¡Hola Juan! ¿Qué novedades tenés?
- ¡Chegu, conseguí permiso para ir al Cerro de los Vascos!
Las palabras de Juan fueron rápidamente procesadas por mi cerebro. La reacción química de éste hizo que mi boca se fuera estirando hacia los costados hasta que mi dentadura quedó toda al descubierto dibujándose en mi cara la sonrisa más amplia del día.
- ¡Grande Juan, te felicito por la gestión! -fue lo primero que se me ocurrió responder.
- No es para tanto, pero ahora tenemos que definir cuando vamos -dijo Juan algo ansioso.
- Creo que habíamos quedado en ir el 1º de Mayo. ¿Te acordás?
- Sí, yo no tengo problemas pero quería que me lo reconfirmaras así le aviso al "tano" porque a él le gustaría estar allá. Inclusive subiría con nosotros si el tiempo estuviera bueno.
- Ningún impedimento de mi parte, así que dale para adelante y arreglá para ese día. Mis piernas extrañan las cuestas, así que esa actividad en la montaña no les vendrá nada mal.
- Bueno, esta tarde pasaré por su casa y le confirmaré la fecha.
- Gracias Juan. Te mando un abrazo... ah!, avisale que llegaremos a la estancia alrededor de las 9 de la mañana.
- Le aviso. Otro abrazo para vos.
Abrí uno de los cajones de mi escritorio donde tenía a mano algunas cartas topográficas del IGM y también una Compilación Geológica de las Sierras Australes de la Provincia de Buenos Aires (1972) del Dr. Tomás Suero, y revisión y edición del Geólogo Javier Ulibarrena, carta que yo consideraba una reliquia. Posé mi vista en el ángulo inferior izquierdo en donde decía "Referencia". Miré entonces los pequeños rectángulos pintados de varios colores, y en uno de los cuatro verdes pintado con rayitas horizontales igual que el cerro decía: Formación Trocadero; Subgrupo Tornquist; Grupo Curamalal.
En la carta claramente se leía Cº de los Vascos 652 y su ubicación entre Abra de los Vascos y Abra La Calera.
Ese cerro era uno de los más australes de Ventania y con Juan, desde hacía mucho tiempo atrás, queríamos llegar a su cumbre, a la que no habíamos accedido antes debido a no tener el contacto correspondiente con los propietarios del campo circundante.
No era nuestro interés -en la medida de lo posible- llevarlo a cabo furtivamente. Esa práctica la habíamos llevado a cabo en pocas ocasiones y solamente cuando por alguna razón no se nos concedió el permiso correspondiente. Al respecto, es entendible la postura de los propietarios o encargados porque cuando no se nos permitió acceder lo hicieron alegando temor a los intrusos cazadores furtivos y agravado muchas veces por el desconocimiento hacia nuestras personas.
El Cerro de los Vascos, junto al Cerro de las Piedras, era prácticamente la culminación de la formación Trocadero. De allí en más, hacia el sudeste y cercanos al Dique Paso de las Piedras, denunciaban su presencia pequeños cerros con altitudes que oscilaban entre 295 a 250msnm y que más bien asemejaban a lomadas.
Deterioro por abandono.
Llegado el día enfilamos, pasando por el Parque de Mayo, hacia el histórico camino La Carrindanga. Ahí nomás, pasando el Barrio Mónaco di mis primeras demostraciones de destreza al volante. Habilidad adquirida justamente en ese camino a consecuencia de esquivar cientos de baches sin crearle peligro a los ciclistas ni molestar a los automóviles, aunque en más de una oportunidad pude ver como los conductores de éstos no respetaban a los ciclistas.
El martirio duró hasta la entrada al Cribabb. A partir de allí el andar fue mucho más suave debido a la calidad y buen estado del asfalto. Juan aprovechó la ocasión y cebó unos buenos mates que yo disfruté tomando sin temor a tragarme la bombilla. Cruzamos las vías del ferrocarril; pasamos el Cementerio Parque de Paz; seguimos la recta hasta Loma del Rodeo y doblamos a la derecha en subida. Pasamos a través de la Escuela Nº 51 Rafael Obligado y antes de llegar al Calabozo de Campaña nos tocó en suerte, otra vez, circular por el asfalto totalmente deteriorado. Pasamos Puente Canessa lentamente, saludamos al Arroyo Napostá Grande que bajaba con mucho caudal, y pusimos otra vez atención al camino para evitar caer en alguno de los profundos baches que estaban por doquier. Inmediatamente doblamos a la derecha en una curva que se elevaba en forma constante unos cientos de metros. Otra curva a la izquierda y otra a la derecha y otra vez a la izquierda a 90º. De allí, cantando bajito, directo al Establecimiento Monte Alegre con asfalto inexistente. A pesar de prestar suma atención al camino, no podía dejar de mirar a las banquinas para apreciar el andar de animalitos típicos del campo: liebres, perdices, mulitas, aves de todo tipo y color, y los infaltables caballos.
La vaca, curioso cuadrúpedo si es que lo hay, era una constante en el panorama.
Esquivando baches y superando lomadas nos íbamos acercando al Paraje San Carlos que mostraba, desde lejos, su gran monte de eucaliptos.
Nos preguntamos cuál sería el frondoso Gualeguay que Don José Luis Moriones mencionaba en su libro "Relatos de un Peón Rural", árbol que indicaba el lugar en que había estado emplazado el popular boliche La Carrindanga, lugar de encuentro, muchas veces obligado, de los vaqueros de aquellos tiempos.
- Chegu, ¿arreglaste la cita con Don Moriones? -preguntó Juan
- Sí, claro. Le dije que si hoy, después de nuestra actividad de montaña nos quedaba tiempo, iríamos a visitarlo. Que si hoy no íbamos, estaríamos en su Cabildo natal la semana que viene.
- Entonces si andamos bien de tiempo podemos pasar a verlo.
- Sí, más vale. Será un placer charlar con él.
Superamos el último tramo de asfalto sano, retomamos el deteriorado, y llegamos a San Carlos. Doblamos a la izquierda y enseguida a la derecha bordeando la estancia por el oeste. Ahora seguiríamos derecho hasta chocar con la bifurcación de la T.
Esa recta larga aparentaba estar en buenas condiciones, pero igualmente íbamos con mucha precaución debido a que observamos muchos pastizales supuestamente arrancados por las corrientes de agua y arrastrados y depositados en las banquinas. Seguramente había sido obra de las torrenciales lluvias de los últimos días. No fue en vano nuestro cuidado pues antes de llegar al Abra de los Vascos descubrimos tremendos pozos que, a ojo de buen cubero, medían metro de diámetro y metro de profundidad.
- ¡Es impresionante Chegu, el pozo me llega a la cintura! -dijo Juan-, quien estaba metido en uno de la decena de ellos mientras yo le sacaba fotos.
- Para colmo no podemos dejar señal alguna porque no hay nada que pueda llamar
a atención -acoté.
- No quiero imaginar el desastre que puede llegar a pasar si viene alguien de noche y no alcanza a verlos o a frenar -agregó Juan-, a la vez que subía a la camioneta y seguíamos nuestro camino.
- Juan, las fotos las pasaré por e-mail a los medios para que alerten a la población.
- Buena idea.
1 comentario:
muy bueno el blog. Un abrazo eduardo Ogian
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