Miro y observo una y otra vez, detenidamente, sin pestañar, ahora, en este momento, desde arriba, desde lo más alto de tu propia esencia. ¡Qué bien se te ve!, ¡Claro! El tiempo, el que te cubre y te descubre tantas veces como él quiere, me permite verte en plenitud y te dibuja en un panorama increíble, con un paisaje inmenso y armonioso que inunda y me abarrota la memoria. Me muestras tu verde esperanza salpicado con los matices naturales de los roquedales donde sobresalen tus singulares anfiteatros dibujados en apenas millones de años por la naturaleza. Se agiganta mi vista para no dejar detalle sin grabar.
Hay tanto para ver que mis piernas, cansadas del esfuerzo, me hacen un guiño y me alientan a internarme en tus entrañas para visitarte una vez más. Te miro y siento que sí. Aceptaré el convite e iré a recorrer
tus añorados rincones, laberintos secundarios de la gran quebrada, esa, la que te atrae con su magnífica belleza.
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